martes, 11 de julio de 2023

Un libro en suspenso

 

Memoria de S. Benito, abad

 

Homenaje a Victoria, Tolstoy, Joselito y Juan Ramón,
Ramón Gaya (1987)

Desde hace unos meses, cumplida la ruta editorial de Poética del monasterio, algunos amigos me preguntan si ando preparando otro libro. Me escabullo. Temo la carga del escritor obligado cada par de años a publicar un volumen que recoja artículos dispersos, embutidos en la lamparita mágica de una antología que algún lector debiera descubrir, arrumbada, en la esquina de un bazar. ¿Contendría algún provecho ese libro o será sola la tabla en que bracea, náufrago, su autor?

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Las ideas, las notas y hasta los capítulos de los mejores libros que hubiera soñado escribir flotan como pecios apilados dentro de carpetas de las que no me atrevo a deshacerme, reverente y supersticioso. Las observo y jamás las abro. Fetichista, acaricio las rugosas fichas a rayas que no he dejado de coleccionar durante treinta años.

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Conservo el libro inédito de juventud. Bajo el rostro de aquel dios, nació Cavalcanti. No pude publicarlo. Guardo con una fidelidad inquebrantada la ausencia irradiante de sus lectores de entonces.

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Leo en San Juan Clímaco: “El vanidoso es un creyente idólatra: parece honrar a Dios, pero busca agradar a los hombres y no a Dios”. Se apoderan de mí los escrúpulos ensimismados del silencio. Sigo leyendo la Escala: “Gran cosa es sacudir del alma las alabanzas de los hombres; pero mucho más sacudir las alabanzas de los demonios”.

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(T. S. Eliots, Choruses from The Rock, 1934)

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Durante los dos últimos años he ido escribiendo con cierta regularidad semblanzas de escritores españoles en la revista Centinela. Alcanzado el número de trece, y a la sombra de los poetas, han emergido las claves que han guiado sus vaivenes. Ay, es una antología, y oh, tal vez custodie algo más. Se titula Antimodernos españoles.

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“Tomando como referencia la conocida obra de Antoine Compagnon, sus capítulos recogen el perfil de ensayistas, narradores y poetas cuya posición política y estética desafía las etiquetas ideológicas más rígidas. La nómina incompleta y personal seleccionada muestra la riqueza «conservadora», «secreta» y «cronoclasta» de una reflexión que ha puesto en jaque la asociación de modernidad y progreso en nombre de las libertades y la tradición.”

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Ninguno de mis libros más míos ha dejado de ser jamás un palimpsesto.

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Concluyo el libro encabezándolo con una cita encontrada por merodeo. Su opaca claridad me hace dudar un instante. Consulto al joven compañero que a esas horas todavía sigue en el despacho. Lee y alza la vista, perplejo: “¿Buscas que el lector no sepa dónde entra?”. Rendido, asiento. No concibo ofrecer otra lectura que no sea la aventura por una selva intrincada en donde se cuela la sencilla y última luz de la tarde. No deambulo por los laberintos de mi inteligencia, sino por la abigarrada senda de mi memoria. Agotado, no desisto de mantener en alto la voluntad de significar un mundo imaginario y enigmático que aún podamos compartir. Su forma intenta, desesperada, retener el eco de una verdad que, aun condenada a esfumarse, no lo desvanecerá.

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Nos hablan del poder porque les falta,

y de la libertad porque les sobra.”

(Julio Martínez Mesanza)

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