lunes, 17 de octubre de 2022

En los límites de una época


Memoria de S. Ignacio de Antioquía, ob. y mr.


Primera salida de Don Quijote,
Gustavo Doré (1863)

A Armando Zerolo se le debe leer, más que entre líneas, más allá de ellas, como si la técnica para interpretar su pensamiento debiera orientarse por el bajo continuo que parece adoptar su estilo. El título de su reciente libro, Época de idiotas, recoge a la perfección el contradictorio sentimiento que se apodera del lector mientras va leyéndolo. Es orteguiano en las creencias, no en las ideas; reprocha vehemente la nostalgia del reaccionario, que tilda de decandentista, percibiendo a la vez con extrema delicadeza la originalidad medieval; se reclama liberal con el pronto firme de un comunitarismo castellano. No, no es el suyo un libro cerrado. Como la época que querría vislumbrar -la de los idiotas que redimen- tantea, traza apuntes de camino, recupera en limpio las notas de una bitácora. La palabra Cristo aparece una sola vez y todo el libro es cristiano hasta su médula.

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Zerolo se arriesga adoptando la forma del ensayo literario. No pocos del par de generaciones que hemos vivido el proceso de transformación universitaria boloñesa somos conscientes de que, por usar la distinción de sabor orteguiano que el autor emplea, en la búsqueda de la verdad es muy difícil lograr ya la veracidad con la forma del paper académico. Asume los riesgos y paga el precio de su encaje. Sólo así esta nueva modalidad podrá seguir creciendo.

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Zerolo intenta desplegar en su libro un retablo, en forma de políptico, con cuatro tablas. Para zafarse del futuro sin aferrarse al pasado se empeña en cantar el presente. No cualquier presente, sino un presente escatológico. Que las cosas están mal es indudable, pero Zerolo, que cree en la encarnación de la naturaleza en la historia, anuncia que es preciso redescubrir en el límite del presente la posibilidad del ser. En lugar de refugiarse en la grata melancolía de un pasado idílico e irreal o de proyectarse ansioso en un futuro a la medida de nuestras frustraciones, el cambio de época que vivimos exige reconciliarse con sus energías más profundas. La derrota de la Modernidad -el nihilismo más extremo- podría haberse convertido en la manifestación de la victoria honda de la Vida humillada.  

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Me atrevería a afirmar que la argumentación de Zerolo podría sintetizarse en unas cuantas citas: “La unidad de sentido se da en la persona que vive en la historia” o “la amistad social como principio, la idea de identidad como tarea”. Para Zerolo la Modernidad no es sólo una fase más del desarrollo histórico del poder humano confrontados con sus límites: la polis antigua, la separación medieval del Cielo y de la Tierra, y el moderno inmanentismo alquímico o biopolítico que culmina en el nihilismo exasperado y decadentista actual. Literalmente, el sentido de la Modernidad es crucial: un punto de ruptura y de fuga. En la figura de los idiotas, como Don Quijote o Teresa de Lissieux, vuelve a manifestarse – a consumarse- la Sabiduría de la Necedad para el mundo. Frente a la obsesión moderna por traspasar cualquier umbral, Zerolo antepone la conciencia del límite que asegura su libertad.

No es casual que en la primera página Zerolo cite la teología de la historia de H. U. von Balthasar y el antimilenarismo joaquinista de H. De Lubac, ni que al final se apoye en el poder de R. Guardini. La argumentación de Zerolo está atravesada por la inquietud propia de una teología política. Con el horror de los totalitarismos del siglo XX ha vuelto a quedar abierta, paradójicamente, la puerta de la esperanza: “¡El individuo se ofreció en holocausto a la sociedad como el cordero se ofreció ante el altar! Esto es lo que sucedió, esta es la novedad radical, es el gozne sobre el que giró la pesada puerta de una época. Y porque el individuo se entregó en sacrificio auténtico, el Estado pudo aniquilarlo y, aniquilándolo a él, lo afirmó de una forma bestial, radical, para siempre, en lo más profundo y menos instrumental”.

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La lectura de la tercera parte de Época de idiotas atrapa al lector. Por una parte, desarrolla cómo construimos nuestra identidad, si con la metáfora del barco o la del árbol, avanzando o arraigándonos. Apoyándose en sus bases, lleva a cabo a continuación una crítica de la nostalgia de un pasado arcádico. Resultan muy pertinentes sus reflexiones, a partir de su experiencia, sobre la transformación social y política que entre los años 50 y 80 se produjeron en la Castilla de su infancia, como queda reflejada en el valor simbólico que atribuye a la carretera nacional o a la convivencia casi simultánea del arado y del cohete. Así, plantea la formación de la identidad como tarea y como sedimento, en cuanto “la incorporación de diferentes elementos arrastrados por el flujo temporal y social”.

Eppure. En unas páginas bellísimas Zerolo nos habla de un proyecto europeo articulado por vías como el Rin, el Danubio y el Duero. ¿Y el Tajo y el Ebro? No puede uno evitar el sentimiento de que esta mirada a Europa se lanza desde el ensimismamiento castellano. Apenas menciona al norte La Coruña; al Oeste, Oporto; al Sur, Granada. ¿Y al Este? Un gran vacío, como si ni tan siquiera Valencia, también decisiva en la fundación de su mito nacional, fuera ya uno de sus puntos cardinales.

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En la parte cuarta Zerolo dibuja esa vía alternativa de la Modernidad, escondida y humillada, representada por los idiotas. Como chivos expiatorios, se habrían convertido en los redentores del lado triunfante de la Modernidad, ilustrada y despiadada, científica y totalitaria. En cierto modo, su sacrificio abriría la posibilidad de un nuevo Reino.

Decíamos que la época moderna supone al mismo tiempo una ruptura y una superación. No por ello deja de estar dominada por el peso de la Caída. Más aún, se afirma victoriosa sobre ella. La desafía abismándose en ella como si cualquier fondo fuera simplemente una pausa. Jesús exclamó: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. En pugna con Žižek, a Don Quijote le correspondería decir: “Os perdono, porque, aun sabiendo lo que hacéis, lo hacéis”. Zerolo confía en la fuerza de futuro que siempre ha contenido, presente y operativo, ese perdón.

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Época de idiotas es un ensayo que, con su sencilla y singular personalidad, abierta a la discusión, nos acompaña perfilando a su modo los límites de los debates de nuestro tiempo. Y es un mérito de Armando Zerolo y una deuda que hemos contraído sus lectores para con él.

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