domingo, 24 de septiembre de 2023

Istmos


Fiesta de Nuestra Señora de la Merced



 

Ricardo Calleja, del que quienes le conocemos sabemos que parece hombre de mundo y es hombre de Dios, mantiene las distancias como la forma íntima de una calidez que se rige por la prudencia. Retiene la sonrisa al esbozarla. Achica los ojos, aprieta los labios, suspira honda y discretamente. Inicia un gesto amplio de la mano hacia la nuca antes de pronunciar con pocas palabras claras, entre dientes, una opinión, un pensamiento, una reflexión largamente vividos. Se encoge de hombros, calla, como si supiera que, aunque resulten inútiles, no cabe nunca desesperar. Cuando ríe, incluso con un punto de elegante sarcasmo del que parece arrepentirse de inmediato, no deja que se malogre su contención. Advierto a veces, como una ráfaga, una tristeza de fondo que hace resplandecer, matizada, una alegría que no sabría apagarse. Como lector las veo de nuevo unidas con el continente de la persona y de la obra en su nuevo libro Istmos.

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Istmos se presenta como un volumen de aforismos. Se advierte en él un esfuerzo terso por mantenerse en los límites de un género breve tan lábil e híbrido, con fronteras tan imprecisas con la máxima, la sentencia, el adagio o el apotegma. La voluntad moral atraviesa toda la colección, refrenada o potenciada no sólo por la concisión lingüística sino por los efectos de sentido que trabaja sobre la materia y la forma del lenguaje mismo. Hay poetas que quieren ser moralistas. Calleja, que es un moralista, aspira a ser poeta.

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Otras reseñas podrán destacar la división de Istmos en cuatro partes, subdivididas cada una en tres epígrafes, que representan sendos espacios simbólicos por reales, y viceversa. Número completo: Doce. Entre tierra y cielo, la cuaternidad y lo trinitario. Casa, escuela, plaza y templo no marcan sólo una gradación entre lo privado y lo público, lo íntimo y lo comunitario. Entre los chispazos aforísticos asoman las intuiciones de un ensayo sobre una teoría política del Derecho. ¿Cómo no dejar que se escabulla sino agrupando sus dovelas como un mosaico de aforismos? Ya digo. Otras reseñas deberán subrayar la unidad temática y estructural de lo que se ofrece, por naturaleza, disperso y fragmentario.  Más humilde - ¿más esencial? – esta lectura, aquí, se detiene solamente en el concepto.

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Calleja, que invoca a Hobbes y a Schmitt, es barroco. No es el suyo un barroquismo de filigranas y volutas. Lo es conceptista. Desengañado, no escéptico. A un paso de la acritud, retrocede. Calleja es un conservador, claro. El conservador descree de las utopías. El conservador, a secas y maduro, ni espera el regreso de un Paraíso perdido, ni negocia a la baja otro por alcanzar. El conservador desconfía por defecto y espera por virtud. El presente no es sino el tránsito germinante de su pasado a un futuro que debe venir en la gloria del Hijo del Hombre. Por ello, de la familia conservadora a Calleja la reaccionaria casi le impacienta; la liberal le enciende, casi. Dos son, en suma, los principios de su inexcusable condición moderna: la autoridad de la casa y el templo, el poder de la escuela y la plaza. Orden y sentido.

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Barroco, Calleja defiende desde el prólogo también aforístico la claridad densa y revelada de una teología positiva. El místico es un asceta en acto. El asceta debería ser un místico en potencia. Moderno, interroga en los pliegues del lenguaje el peso significante de una verdad escondida y, todavía, operante. Rememora el Evangelio y la filosofía aristotélica. Trasciende la historia para que la conciencia de la Caída no sea sino la penúltima palabra. Llama la atención que, para lograrlo, ponga en juego dos procedimientos y tres temas. La variedad repetida de los juegos fónicos y la exasperada polisemia de la paradoja buscan pulir, como una gema, el emblema verbal. Asimismo, resiste la crisis biopolítica distinguiendo el orden (sobrenatural) y la organización (técnica). Si la política es la teología por otros medios, una filosofía de la historia debe desembocar en una Poética de la Redención, es decir, en una escatología. En ella se salva la soberanía de otro mundo, sin incurrir en los espejismos esteticistas del pasado ni en las especulaciones emotivistas del futuro. Hic et nunc, moderno y barroco.

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… No hay menos misterio en la precisión comunicable que en lo indecible…

La casa cansa y descansa.

La lengua es el arma del alma.

Claridad: caridad con ele de logos.

En el principio estaba la Palabra, no el concepto.

Todo arte es narrativo.

La virtud perfecta es tan natural en la excepción como en la norma.

Para el autoritario lo excepcional es lo normal. Para el liberal lo excepcional es siempre rechazable y hasta imposible. Para el clásico, lo normal es lo deseable; lo excepcional, inevitable.

Paradoja: la deliberación racional pública es un mito.

Ser conservador es sinónimo de acatar toda revolución que ya haya sucedido, y no apoyar ninguna de las que debería suceder.

Hay una gran diferencia entre el conservador elegíaco y el conservador celebrativo. La que media entre el reaccionario y el conservador.

Toda filosofía política es una filosofía de la historia. Toda filosofía de la historia es una teología de la historia.

Teología de la historia: lo peor está por venir. Lo mejor está por volver.

La política es la continuación de la teología por otros medios.

La ideología es ideolatría.

El exceso de organización es un desorden.

Reinar no es figurar. Reinar es figurar.

Para el cristiano es difícil saber si pone ladrillos del Reino o de Babel, pero sabe muy bien que no puede volver al Edén.

Los cristianos damos a beber vino nuevo en vasos rotos.

Cristo colma nuestra esperanza, desafiando nuestras expectativas.

Dios ha muerto. Y está a punto de resucitar.

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