sábado, 16 de abril de 2022

Finis coronat opus

Sábado de Gloria

 

Las santas mujeres ante el sepulcro,
Fra Angelico (1450)


He conseguido cerrar la última página de mi Poética del monasterio el Jueves Santo. Poner punto y final -desde los exámenes de mi infancia- me procura un alivio preñado de gravedad.

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Al hojear mi libreta de notas compruebo que el Lunes Santo de hace un lustro sentí que la idea de su redacción había anidado. Todas las coincidencias –o no- del ritmo litúrgico que he querido explorar en tantas entradas me confirman que, definitivamente, he culminado un proyecto desarrollado durante una década. Desde la creación de mi primer blog hasta las notas dispersas de este otro, he trazado ya el arco de mi madurez. He alcanzado la meta de una peregrinación imprevista y necesaria, movida por la fe y cumplida por la esperanza. Sólo el amor puesto en cada paso podrá justificar secretamente sus resultados

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Diez años, tres ciclos. Tres libros en un libro solo. Donna mi prega, cuyos ecos se prolongaron durante algunos años más, marcó las lindes de la escondida Trilogía güelfa que se formó básicamente entre 2012-2015. Como un afluente, El peregrino absoluto (2016-2019) ensanchó su caudal hasta la desembocadura remansada en otro librito. Tres años más y la idea de una poética monástica fue cobrando forma a través de colaboraciones en El Debate de hoy. De aquel fondo ha ido emergiendo una escritura cada vez más puntualmente inédita.

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En unas semanas comenzaré a revisar el manuscrito de esta última jornada de mi larga peregrinación. ¿Se me afianzará la impresión de que es muy probable que permanezca impublicada? Léon Bloy se preguntaba: “¿Qué es un «escatólogo»?”. Frente a quienes aplauden las ideas y recomiendan a sus creadores cómo les puede ser más útil si se las expropian, Bloy se respondía: “Es un autor que no se vende. Un novelista que lanza cien mil ejemplares no es un nunca un escatólogo”. ¿Cuántos ejemplares debería tirar un ensayista? ¿A quién le importa si escribimos? A Dios, lector absoluto de nuestras esperanzas. En ellas funda el juicio de nuestra vida entera.

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Aun siendo una tradición perdida y olvidada, sacada en andas de tanto en tanto para justificar ambiciones minúsculas, la Poética del monasterio honra la herencia desheredada del evangelismo católico español pretridentino. Aquel fue uno de los esfuerzos más serenos de una modernidad alternativa, bien asentada en la espiritualidad medieval, que acabó fracasada. No, el Concilio Vaticano II no varió el rumbo. Cerró la vía abocada a la postmodernidad. En Roma finalizó la jornada de Trento. Ni burlados ni burladores, nuestro reino jamás fue de aquí.

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Entre líneas cito a conciencia y sin extrañeza los nombres de quienes han sostenido mi ruta: de Alonso de Orozco a Maurice Blanchot o Gaston Bachelard; de fray Teodorico de Apolda a Simone Weil o María Zambrano. Intento practicar su lección con espíritu monástico.

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¿Cómo resumiré el libro? Cediendo, escolástico, a la infernal tentación del abstract.


Poética del monasterio es un libro que gira sobre tres figuras fundamentales del imaginario occidental que parecen haber entrado en una crisis irremisible: el Padre, el Maestro, el Monje. Sobre las bases del asedio que sufren, reflexiona sobre los tres espacios que constituyen el horizonte social y antropológico que ha determinado su operatividad en nuestra cultura: el hogar, la escuela y la celda. Construida sobre la pauta estructural de las horas litúrgicas mayores (Laudes y Vísperas), a lo largo de sus siete partes intenta reseguir el hilo escondido de una tradición alternativa a la triunfante Modernidad. Incide ya sea sobre el papel de las potencias del alma en la elaboración de una pedagogía humanista, ya sea sobre la pervivencia de los mitos clásicos, grecolatinos y bíblicos, en nuestra concepción de la cultura. Procura aportar una nueva perspectiva sobre el asalto de la denominada ingeniería social a los fundamentos de la organización social a la que, con la voluntad de descartarla, se acusa de «tradicional». Así, entre las imágenes del Jardín del Edén y el saqueo de Troya se extiende la soledad del «sábado» como uno de los símbolos nucleares de la esperanza cristiana. Bajo el peso de la historia, ésta sigue vislumbrando ya, en toda la fértil ambigüedad del término, la «consumación» de los tiempos. Poder y autoridad, política y teología, experiencia y sabiduría, establecen el plano de un «monasterio» que es simultáneamente el itinerario de formación de este libro. La afirmación de una poética presupone la confianza inextinguible en que la sorpresa porque las cosas sean en lugar de no que no sean garantiza todavía, frágil y a escondidas, la transmisión silenciosa y efectiva de la vida y la creación.

 

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