Memoria de S. Isidro Labrador
Como si fuera un apéndice de toda su poesía -aunque no lo sea, ni mucho menos-, en una edición nunca mejor dicho primorosa, acaba de aparecer Inclinación de mi estrella, la última entrega poética de Enrique García-Máiquez.
Tanto el retrato realizado por su hermano Jaime como la ilustración de José Mateos que encabezan el volumen reflejan dos de los rasgos más reconocibles de la trayectoria del autor que persisten con trazo rápido y seguro en estas pocas páginas: el autobiografismo entretejido por la autoconciencia literaria. Como ocurre en su obra entera, también aquí la vida debe entenderse como un libro que se abre, aunque su sentido sea menos que nunca tan transparente como pudiera sospecharse. En un poema de su libro Con el tiempo había advertido que "Siempre queda algo -no sé qué- que no se alcanza. / Será eso lo que soy". Sobrio, discreto, en los nuevos poemas roza levemente sus contornos, atento a la sola sintaxis de sus acontecimientos.
El lector de este cuaderno de poesía puede
sentir al final un gozoso desconcierto. Feliz de encontrar aquilatadas las
mejores virtudes de la dicción de García-Máiquez, terminará preguntándose qué unidad
liga este puñado de poemas. ¿Son acaso una gavilla póstuma, con un valor
casi antológico de los motivos temáticos y de los recursos técnicos que han
caracterizado su poesía? ¿Sirven tan sólo de cierre a toda una etapa de
veinticinco años de oficio poético, explicables básicamente en cuanto su conclusión?
Creo que no; no del todo. Cuando un
tradicionalista mira atrás, empieza a anticipar el futuro que él mismo se ha
empeñado en seguir cumpliendo.
Anunciada la aparición de su poesía completa en
las próximas semanas con el título de Verbigracia, ¿es acaso la
publicación que nos ocupa, y que pasará a formar parte de aquella, un capricho,
una exquisitez para bibliófilos en el sentido más amplio y amical del
término? Si no es en sentido estricto una obra exenta, sino dependiente del
conjunto en el que se integrará y en el que adquirirá su sentido final, ¿por
qué darla a la luz si apenas podrá dar unos pocos pasos sola? A tientas y tal vez apresuradamente, esta reseña se propone calibrar la inclinación de su estrella.
Quien conozca la obra de García-Máiquez sabe que,
desde la portada al colofón de una tirada numerada y firmada a mano por su
propio autor, ningún detalle resulta accesorio o meramente ornamental.
Hasta la propia forma de la estrella que sustituye a la letra a induce a
pensar en algo más que en un rasgo elegante del diseño editorial. Realistas y
clásicos, la poesía como el diarismo de García-Máiquez siempre han estado atravesados
por un conceptismo con destellos vanguardistas, capaz tanto de experimentar con
el caligrama visual como con las dilogías verbales.
Más aún, el desengaño barroco, ante el que se
acentuaba últimamente una sobria conciencia del memento mori, cobra
ahora una nueva dimensión de serenidad humanista. Los ecos de Quevedo siguen vigentes,
como en ese verso del primer poema que menciona las “presentes sucesiones de
opiniones”, mientras el protagonista poeta, como participante de un acto académico,
va fundiendo en la anécdota del instante, sin ninguna acritud, el tópico del beatus ille con los del
menosprecio de corte y alabanza de aldea. Ahora bien, esa actitud inicial debe
entenderse enmarcada entre sendas citas de fray Luis de León y del Quijote
a cuya sombra se cobija la elección misma del sintagma que da título al
cuaderno y que, desde su materialidad verbal, parece irradiar el sentido secreto, pero
no necesariamente oculto, de todos sus poemas.
García-Máiquez
ofrece así un ejercicio introspectivo de sencilla hondura, como si fuera realizado
al vuelo, sin pretensiones. Entre el primero y el último poema, va reflexionando sobre la vocación y el oficio poéticos, precisamente
en lo que de contrapuestos tienen con el papel social que él mismo debe ejercer
como profesor, columnista, conferenciante e incluso como “poeta”. Jardín
cerrado para muchos y abierto para pocos, no es la simple intimidad la que es
el objeto de su reflexión, sino sobre todo cómo la construye la fidelidad a la
palabra y cómo la palabra colma la aspiración a la verdad más plena y
espiritual de la vida.
Poesía y amor, amor y poesía, indisociables, constituyen
el tema básico de este breve poemario. El poeta ama a la esposa como a la
tradición poética, y viceversa. Vivas, carnales, gloriosas, forjando sus sueños
y su realidad hasta en los diversos niveles formales: de las soleás, los tankas
y las coplas e incluso el hexámetro al epigrama, el epitalamio o la variación. Barroco,
decíamos, y muy, muy modernista, entre Shakespeare y Emily Dickinson, pero con la
lección de Bécquer y los Machado bien adentro.
Sin duda, esta obrita cumplirá su lugar en la próxima
poesía completa de García-Máiquez, pero no le haría justicia considerarla solamente como un cierre de toda una trayectoria,
pues, en su humildad, se convertirá en una
clave para releer -para remontar- ese personalísimo itinerario.
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