martes, 31 de mayo de 2022

Dios Nuestro Lector


Fiesta de la Visitación de María

 


Es el nuestro un mundo que no le gusta denegar. Reniega. Suele imponer sus decisiones mediante el silencio. No le gusta verse obligado a pronunciar una negativa. Le incomoda tener que dar razón de ella. El diablo se precipita al infierno sonriendo: “(Non) Serviam!”.

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Voy releyendo y reescribiendo algunas páginas de Poética del monasterio. Entiendo cada vez mejor los silencios que pudiera provocar. Aun con tristeza, debo reconocer que una parte de su éxito consistiría en que fracasase completamente por las razones equivocadas.

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Siempre me han parecido terribles y lúcidas las palabras con que Michel de Certeau daba inicio a La fábula mística: “Este libro se presenta en nombre de una incompetencia: está exiliado de aquello de lo que trata”. En nombre de los embalsamados principios de una razón académica o ensayística que se pronuncian con el timbre de una cacatúa ilustrada, observo muchos libros que se sienten en casa proclamando como su gran método el ejercicio de su incompetencia. Por supuesto, reciben un fugaz aplauso admirativo y unánime y aliviado.

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Busco el lector que salga, si no defraudado, inquieto de la experiencia de haberse alojado en mi monasterio poético; que no acabe de entender cómo se articulan sus partes; que observe las deficiencias del acabado estilístico tan variopinto; que discuta la insuficiencia de algunas de sus interpretaciones; que hubiese preferido una hipótesis clara y una argumentación trabada. Antes de empezarlo, también me habría gustado a mí saberlo escribir así. Me habría equivocado rotundamente, pero no me debería entonces responsabilizar de los errores que he cometido. Allí estaría un monasterio bien restaurado, con su huerta podada y su hospedería convertida en un amable resort donde negociar acreditaciones y acoger invitaciones para conferencias.

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Tras el cinismo de la deconstrucción y de la crítica cultural, ante las líneas anteriores cabría sonreír advirtiendo en ellas el típico dispositivo de autodefensa. En los términos del exilio, lo es, sin duda. Pero ¿no es posible concebir ya no la posibilidad sino la realidad del retorno? Reimaginar una poética monástica tal vez sea dado a quienes experimentan la melancolía exclaustrada. Como el hijo pródigo, es preciso recorrer el camino de vuelta, desandarlo, deshacerse de él mientras sus huellas siguen grabadas en nuestras plantas. Es preciso exiliarse del exilio: una empresa anamnética. Cabe recordar lo que quisiéramos olvidado -o, simplemente, estetizado-.

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No se trata de complacer al lector. Tampoco de disgustarlo. Una poética monástica se dirige a un solo interlocutor: Dios. En Él los lectores dictan Su juicio. El autor se entrega a la escritura sabiendo que la sentencia según el tiempo excede su historia. Los lectores reciben la obra como la celebración de un Oficio que no desfallece. Su diálogo gira torno a un eje que disloca su posición. No es el lector quien emite la condena, sino que en él debe obrar su inocencia el autor. No es el autor quien redime al lector, sino que éste absuelve su(s) fallo(s). Uno y otros reproducen a tientas y en comunión el gesto original de Dios: al crear van leyendo la obra; al leer, la ponen en obra. La leescriben. Valde bonum!

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