sábado, 2 de noviembre de 2019

Poética del monasterio



Conmemoración de los Fieles Difuntos


En otro lugar, bajo otras circunstancias, hoy, día de los fieles difuntos, sábado en su ocaso, doy comienzo a este nuevo blog que lleva por título Poética del monasterio. Tras Donna mi prega y, a punto de que concluya el itinerario póstumo de El peregrino absoluto, me adentro en una hora que tal vez hubiera de seguir retrasando. Solo, sin la compañía de Cavalcanti, emprendo otra peregrinación al fondo de un claustro cada vez más esencial. Quizás a mi soledad se le haya dado la única posibilidad de ejercer su independencia con perseverancia virtual.



Le comentaba a Ander Mayora en una entrevista de próxima publicación que “en los umbrales de una época transhumanista no es posible renunciar a la esperanza de una Ley que se transmite de generación en generación y que se revela en lo más íntimo de nuestra soledad personal”. El Padre, el Maestro y el Monje son las tres figuras únicas que podrían garantizar la continuidad de tal Tradición. Sobre ellos descansa no una apologética, sino una poética del Monasterio.

No serán estas entradas sino notas dispersas, tomadas de aquí y de allá, de enlaces a otras colaboraciones, de apuntes de campo, de pequeños engastes… A su propio ritmo, impropiamente litúrgico. Debieran poder formar el hilo de un breviario, destinado a aquellos huéspedes que topasen con esta filiación de mi Petit Clairvaux. Como si sólo fuera una guía sin pretensiones, de paso.

Como preludio de esa poética, he mostrado a unos pocos amigos el manuscrito derivado de El peregrino absoluto. Les había anticipado que era ilegible e impublicable. Con tacto exquisito, uno de ellos ha expresado su punzante opinión: “Es un libro inescribible”. Un elogio y una advertencia al mismo tiempo. Me alivia saber que no habré defraudado a Léon Bloy. En términos literarios, podré ya morir en paz.

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