domingo, 3 de noviembre de 2019

Léon Bloy, escritor absoluto


En el aniversario de la muerte de Léon Bloy





Entre los papeles póstumos de Cavalcanti mantengo en una esquina de la mesa el manuscrito de El peregrino absoluto. Como decía ayer, soy cada vez más consciente de que, amén de inescribible y antes que impublicable, es hasta cierto punto doloroso ilegible. No obstante, en el aniversario de la muerte de Léon Bloy, escritor absoluto, como lo definí en un artículo, me siento obligado a transcribir la dedicatoria a quien Cavalcanti consideraba uno de sus maestros.



A Léon Bloy


Piense, mi querido maestro, tras haber atravesado hace un siglo el umbral del Apocalipsis, la lección de soledad que su escritura mantiene todavía hoy con pulso firme, como un recordatorio del Edén, para sus dispersos y silenciosos discípulos. Es la distancia infinita entre los Ojos del Juez y los lugares comunes que desde su época continúan acechándonos y devorándonos como el león que ruge en el desierto la que las páginas de este libro pretenden sondear y jamás medir, a riesgo de incurrir en la peor de las idolatrías: desesperar de la comunión de los santos. 

Puede que lo santo se haya repartido sin descanso y con sonrisas entre los gruñidos satisfechos de una inmensa piara abandonada. No obstante, su testimonio de ingratitud -de humildad- impulsa a no dejar de peregrinar en busca de lo Absoluto, vendiendo todo lo que se posee para obtener la perla preciosa de la Palabra. Sacrificio agradable y despreciado, me inclino ante tal acto enloquecido de Amor. Usted nos ha enseñado -nos ha recordado- que una sola gota de la sangre del Justo, vertida en el cáliz de sus Escrituras, bastaría para redimir a la humanidad entera si ésta quisiera beberla realmente. Tarea del escritor invendible es dejarse rebosar de su oceánica singularidad.

Desde este yermo me dirijo, pues, a su encuentro con el deseo insensato de dar un salto por encima de la eternidad que nos separa. Conservo intacta la confianza de que el Juez exacto de nuestras infamias sea, ante todo, el Lector absoluto de nuestras esperanzas. Que su Crítica consuele las llagas y las heridas que infligen a nuestro lenguaje cotidiano las manos de un nuevo filisteísmo que usted fustigó con pasión. Samaritanos en un tiempo posthumanista, ¿no es acaso nuestra obligación no pasar de largo ante el depósito saqueado de la tradición?

Monasterio de Poblet, 19 de marzo de 2017

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