En el aniversario de la muerte de Léon Bloy
Entre
los papeles póstumos de Cavalcanti mantengo en una esquina de la mesa el
manuscrito de El peregrino absoluto.
Como decía ayer, soy cada vez más consciente de que, amén de inescribible y antes que impublicable, es hasta cierto punto
doloroso ilegible. No obstante, en el
aniversario de la muerte de Léon Bloy, escritor absoluto, como lo definí en un artículo, me siento obligado
a transcribir la dedicatoria a quien Cavalcanti consideraba uno de sus
maestros.
A Léon Bloy
Piense,
mi querido maestro, tras haber atravesado hace un siglo el umbral del
Apocalipsis, la lección de soledad que su escritura mantiene todavía hoy con
pulso firme, como un recordatorio del Edén, para sus dispersos y silenciosos
discípulos. Es la distancia infinita entre los Ojos del Juez y los lugares
comunes que desde su época continúan acechándonos y devorándonos como el león
que ruge en el desierto la que las páginas de este libro pretenden sondear y
jamás medir, a riesgo de incurrir en la peor de las idolatrías: desesperar de
la comunión de los santos.
Puede
que lo santo se haya repartido sin descanso y con sonrisas entre los gruñidos satisfechos
de una inmensa piara abandonada. No obstante, su testimonio de ingratitud -de
humildad- impulsa a no dejar de peregrinar en busca de lo Absoluto, vendiendo
todo lo que se posee para obtener la perla preciosa de la Palabra. Sacrificio
agradable y despreciado, me inclino ante tal acto enloquecido de Amor. Usted
nos ha enseñado -nos ha recordado- que una sola gota de la sangre del Justo,
vertida en el cáliz de sus Escrituras, bastaría para redimir a la humanidad
entera si ésta quisiera beberla realmente.
Tarea del escritor invendible es dejarse rebosar de su oceánica singularidad.
Desde
este yermo me dirijo, pues, a su encuentro con el deseo insensato de dar un
salto por encima de la eternidad que nos separa. Conservo intacta la confianza
de que el Juez exacto de nuestras infamias sea, ante todo, el Lector absoluto
de nuestras esperanzas. Que su Crítica consuele las llagas y las heridas que infligen
a nuestro lenguaje cotidiano las manos de un nuevo filisteísmo que usted
fustigó con pasión. Samaritanos en un tiempo posthumanista, ¿no es acaso
nuestra obligación no pasar de largo ante el depósito saqueado de la tradición?
Monasterio de Poblet, 19 de marzo de
2017
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