Memoria de Santa Cecilia
Cavalcanti estaba
a punto de espirar su ascensión cuando tuve noticia de que a Un sí menor, el último poemario de José
Mateos, le faltaban unos pocos días para salir publicado. Era consciente de que
no llegaría a leerlo con esa honda y reservada admiración que siempre le había
dedicado en sus reseñas.
Como queriendo
recobrar fuerzas de su melancólica ausencia, pedí a Joan Cabó, su discípulo
blanchotiano, que me ilustrase sobre la clave del Sí menor antes de ejecutar mi lectura del libro de Mateos. Como
buen organista, me sugirió los matices de la afinación y el motivo infinito que
parecen encerrar tanto el Preludio del primer libro del Clave bien temperado como la fuga “pro organo pleno” de J. S. Bach.
Confieso que la
música de Bach, místico del sonido más puro, me impresiona, pero casi no logra conmoverme.
Sin embargo, en las notas tecleadas del Preludio atisbé avant la léttre el misterioso cauce órfico que remonta, cada vez
más esencial, la poética de Mateos. Es la voz encarnada en la vocal apenas
emitida, bajo la armonía de un trazo que rima el mundo contemplado, la que
explora cada vez más densa y claramente el poeta jerezano.
Me había propuesto
renunciar a la reseña, a la que el delicado despliegue de la incipiente melodía
de Bach me impide sustraerme. A través de ella sospecho que es errado buscar en
la corriente de la «poesía del silencio» española de fines del siglo XX el
interlocutor de Mateos. Algo desafina en aproximar estas notas alejadas de las
de José Ángel Valente. Puede que la comparación tenga un valor historiográfico, pero de algún modo
violenta el hermético e inmediato
secreto de sus nubes, sus gotas de agua, sus almendros, los restos de la
memoria naufragada en la mesa del lar materno… A la poética de Mateos le
casaría mejor el adjetivo apofática.
Me ha sorprendido
que las críticas elogiosas de su sí a la vida, atravesado por la asunción del
sentido íntimo de la muerte, hayan pasado por alto dos referencias fundamentales
de su propio quehacer poético. Este libro ha destilado hasta su última gota la
deuda de su autor con la letra y la mirada de Ramón Gaya, hasta el punto que no
pocos de sus poemas son ecos y variaciones, y viceversa, de las acuarelas que ha
ido dibujando estos años.
Entre sus versos
no he podido dejar de meditar, de manera natural, en la (in)actualidad educativa de la poesía…
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