Memoria de Teobaldo de Marliaco, abad
Hace un tiempo The Objective me invitó a meditar sobre la actualidad de la vida contemplativa. Aquella colaboración acaba de salir hace unas semanas. Mientras la releo, debería autocriticarme por haber intentado la cuadratura de un círculo, la cual es a la geometría lo que el oxímoron -y su bizarro correlato, el retruécano- a la retórica: un reaccionario utilizando argumentos liberales para que los argumentos reaccionarios sean reconocidos por un liberal...
La frase que más me angustia de aquellos párrafos sostiene que los evangelios no contienen ninguna "normativa codificada". En efecto, las bienaventuranzas podrían considerarse, como dirían los cursis, "un programa de vida" o, en los términos pesadillescos del posconcilio, "una buena noticia". Con esta realidad han especulado y siguen especulando sin fondo los moralistas de cada situación. Una normativa al fin y al cabo establece un catálogo de prohibiciones y, si queda codificada, se desarrolla en un conjunto de penas y castigos. Jesús no introdujo ninguna norma que no estuviese ya regulada en las Tablas de la Ley. Llevar a su perfección la Ley consiste en superarla no por su cumplimiento riguroso sino por la capacidad de exceder sus propios límites. La Gracia afirma exactamente "lo que" la Ley se limita a proteger mediante una negación.
Lo realmente perturbador del cristianismo -que radicaliza la paradoja platónica de Sócrates-es haber ahondado la herida que define la comunidad política y que esta intenta borrar como la sangre en las manos de Lady Macbeth. Entre el César y Dios Jesús no establece sólo una legítima separación de esferas, en pie de igualdad y autónomas, sino que reafirma lo absoluto de Dios reduciendo hasta extremos insoportables el poder del César, aun incluso cuando pudiera adoptar formas teocráticas.
La división que Jesús proclamó que traía no debería dejar de ser pensada todavía sino a través de la categoría de la ausencia, entre los últimos estertores de la crisis antimetafísica de la segunda mitad del siglo XX y los albores de una época transhumanista avistada a la vez con alborozo y pavor.
No le corresponde ya a la teodicea dar respuesta a los enigmas de nuestro tiempo sino a la escatología. Si, inextirpable, el mal ha sancionado la muerte de Dios, ¿es posible esperar? La oronda satisfacción de quienes oponen la graciosa misericordia a la justicia legalista siguen ciegos a esta transformación, como si no hubiesen entendido la enseñanza de los contemplativos.
De ser sensatos como pretenden, preferirían acogerse a la justicia de Dios que a Su misericordia. Nada tiene que ver ésta con aquella, ni mucho menos, como pretenden, consiste en su aplicación flexible según los casos. "Es terrible caer en manos del Dios vivo". Ante el tribunal divino se podría apelar, con todos los cánones que suplen la falta de una "normativa codificada". Se haya o no ultrajado el Espíritu de la Gracia, ante la lava de Su amor sólo se puede esperar ser abrasado.
Abadía de Claraval |
La frase que más me angustia de aquellos párrafos sostiene que los evangelios no contienen ninguna "normativa codificada". En efecto, las bienaventuranzas podrían considerarse, como dirían los cursis, "un programa de vida" o, en los términos pesadillescos del posconcilio, "una buena noticia". Con esta realidad han especulado y siguen especulando sin fondo los moralistas de cada situación. Una normativa al fin y al cabo establece un catálogo de prohibiciones y, si queda codificada, se desarrolla en un conjunto de penas y castigos. Jesús no introdujo ninguna norma que no estuviese ya regulada en las Tablas de la Ley. Llevar a su perfección la Ley consiste en superarla no por su cumplimiento riguroso sino por la capacidad de exceder sus propios límites. La Gracia afirma exactamente "lo que" la Ley se limita a proteger mediante una negación.
Lo realmente perturbador del cristianismo -que radicaliza la paradoja platónica de Sócrates-es haber ahondado la herida que define la comunidad política y que esta intenta borrar como la sangre en las manos de Lady Macbeth. Entre el César y Dios Jesús no establece sólo una legítima separación de esferas, en pie de igualdad y autónomas, sino que reafirma lo absoluto de Dios reduciendo hasta extremos insoportables el poder del César, aun incluso cuando pudiera adoptar formas teocráticas.
La división que Jesús proclamó que traía no debería dejar de ser pensada todavía sino a través de la categoría de la ausencia, entre los últimos estertores de la crisis antimetafísica de la segunda mitad del siglo XX y los albores de una época transhumanista avistada a la vez con alborozo y pavor.
No le corresponde ya a la teodicea dar respuesta a los enigmas de nuestro tiempo sino a la escatología. Si, inextirpable, el mal ha sancionado la muerte de Dios, ¿es posible esperar? La oronda satisfacción de quienes oponen la graciosa misericordia a la justicia legalista siguen ciegos a esta transformación, como si no hubiesen entendido la enseñanza de los contemplativos.
De ser sensatos como pretenden, preferirían acogerse a la justicia de Dios que a Su misericordia. Nada tiene que ver ésta con aquella, ni mucho menos, como pretenden, consiste en su aplicación flexible según los casos. "Es terrible caer en manos del Dios vivo". Ante el tribunal divino se podría apelar, con todos los cánones que suplen la falta de una "normativa codificada". Se haya o no ultrajado el Espíritu de la Gracia, ante la lava de Su amor sólo se puede esperar ser abrasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario