sábado, 19 de agosto de 2023

Novena bernardiana

 

Memoria del Beato Guerrico de Igny, monje O. Cist.



Al comenzar la Novena a San Bernardo de Claraval, que concluye hoy, decidí subir cada día un fragmento breve sobre el abad cisterciense a la antigua red social Twitter. Hace unos años me tomé la libertad de redactar una novena a Léon Bloy seleccionando frases de sus Diarios. Decidido a repetir el procedimiento, me encuentro al cuarto día, en que incluía una brevísima referencia bloyana, con el interés del Oratorio de San Felipe Neri de Alcalá por la fuente de tal Novena. Quedé desconcertado de entrada. Dado su ruego, al completarla, me siento en la obligación de dedicársela.

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Parecería que la Novena fuese solamente un ejercicio de devoción tradicional, como una caricatura del tópico reproche erasmista contra la superstición de las oraciones vocales repetidas por costumbre y con una finalidad mágica. Nada más lejano del recto sentido trinitario, tres veces tres, con que el fiel emprende un camino de ascesis encomendándose a Cristo y a su Madre también a través de los méritos de sus santos.

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Una Novena exige ascesis. Es un tiempo que, en medio de las ocupaciones diarias, nos arrebata de sus limitaciones. Las transfigura liberándonos de ellas. ¿Qué mejor manera de orar que leyendo, meditando y contemplando? Como sacramental, la Novena es liturgia de lo cotidiano.

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Cuando veinticinco años atrás comencé a estudiar los oracionales del siglo XVI, me llamaba la atención la condescendencia con que muchos filólogos y teólogos despachaban, a favor o en contra, la falta de originalidad o las carencias académicas de los escritores monásticos. No se daban cuenta de que, mientras ellos sabían de letras y del Espíritu, estos sabían las letras del Espíritu.

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“Mi” Novena a San Bernardo no es filológica. Acumula, organiza, rehace los textos como intertextos de una búsqueda. Crea un texto no como un collage, sino como un flujo significante. No hay experiencia sin una escritura. Mejor dicho, sin leescritura. Todo diálogo es una lectura que escribe, una escritura que (re)lee.

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Bernardo de Claraval, como todo hombre, contiene un misterio. Siendo este de una deslumbrante ambigüedad, concede a quienes se acercan a él el don de esforzarse por comprenderse mejor a sí mismos. Al escribir sobre él, intentan alumbrar sus secretos propios. A través de ellos, indirectamente, indago también en los míos.

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Conocerse a uno mismo no es sólo un imperativo délfico. Polvo soy y en humo me convertiré. Bernardo enseña que el conocimiento de sí es la práctica de la humildad. Una Novena a san Bernardo debe pedir esta gracia con la confianza de que, al pedirla, la recibirá en su mismo ejercicio.

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Comienza mi Novena con la oración de S. Bernardo Memorare, o piissima Virgo Maria. Le sigue la lectura de los fragmentos aquí propuestos, algunos de los cuales casi puedo recitar de memoria por haberlos rumiado en tantas ocasiones. Tras el Pater noster, Ave Maria y Gloria, la plegaria final: Sancte Bernarde, ora pro nobis ut digni efficiamur promissionibus Verbi Dei.

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Primer día: Dom Jean Leclercq, San Bernardo y el espíritu cisterciense.


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Segundo día: André Malraux, Los robles que caen (referencia a Charles de Gaulle)


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Tercer día: Thomas Merton, San Bernardo, el último de los Padres.


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Cuarto día: Léon Bloy, El mendigo ingrato.


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Quinto día: José Jiménez Lozano, Guía espiritual de Castilla.


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Sexto día: Rémi Brague, San Bernardo y la filosofía.


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Séptimo día: Étienne Gilson, La teología mística de San Bernardo.


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Octavo día: Dante, Purgatorio XXIX.


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Noveno día: San Bernardo, Sobre los grados de humildad y soberbia.


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