martes, 24 de diciembre de 2024

Sanar las heridas

 

Memoria de los Santos Antepasados de Jesús



Monje Crucificado,
Abadía cisterciense de Mogila

Con la publicación de Healing Wounds al inicio de Adviento – un volumen de Cuaresma como reza su subtítulo The 2025 Lent Book –, Mons. Erik Varden ha decidido poner a prueba las expectativas de sus lectores. Más allá de la circunstancial paradoja que une el Nacimiento y la Muerte, al cerrar el volumen podremos tener el sentimiento de haber practicado un ejercicio espiritual sobre la condición humana desde una perspectiva en apariencia olvidada y todavía hoy más actual.

***

Healing Wounds es tanto una meditación como una contemplación de las heridas de Jesucristo a través del comentario a una obra poética latina de mediados del siglo XIII: la Oración rítmica a cada uno de los miembros de Cristo sufriente que cuelga de la Cruz. Los siete himnos que la componen fueron atribuidos a san Bernardo de Claraval, aunque sean casi con total seguridad obra de Arnulfo de Lovaina (1200-1250), también abad cisterciense. Durante el Barroco sirvieron de inspiración a Dietrich Buxtehude para componer un ciclo de cantatas con el título de Membra Iesu Nostri (1680). Aunque esta adaptación musical despertase su interés, para construir su obra Dom Erik ha acudido directamente al poema, del que ofrece en paralelo, al principio de cada uno de sus capítulos, una elegante versión adaptada a la prosodia del inglés.

  ***

Con Healing Wounds su autor nos ha entregado su libro más íntimamente monástico. En el díptico que formaban sus ensayos anteriores, La explosión de la soledad y Castidad, Dom Erik había iniciado el camino de experimentar con variados géneros literarios monacales. Aunque no se haya destacado lo suficiente, una parte fundamental de su éxito se debería atribuir a la sensación de frescor que esas modalidades lograban transmitir, con una mezcla tan bíblica de poesía y sabiduría que brilla con especial intensidad en el Oficio divino. Healing Wounds representa la madurez de este procedimiento. Apoyándose firme y declaradamente en la tradición cisterciense a la que pertenece como monje trapense, Dom Erik requiere de su lector, si de verdad quiere aprovechar su lectura, hacer un gran esfuerzo: que se atreva a descubrir, mirando al Crucificado, qué hay de monje en su interior; o, dicho en los términos de Louis Bouyer, hasta qué punto de urgencia está dispuesto a seguir su vocación de cristiano.

***

El lector de libros espirituales está acostumbrado a encontrar en los mejores de ellos una versión inteligente y expurgada de excesos sentimentales. Sin que le exija el esfuerzo intelectual de un tratado teológico, le basta con que sigan satisfaciendo la función de encender sus afectos para formar buenos deseos que pueda cumplir. Lejos de las brasas de esta herencia romántica que todavía no se ha extinguido, Dom Erik nos invita a emprender, no el retorno, sino el ascenso por los caminos que lo medievales habían trazado con paciencia y reflexión. Tal como lo entendía san Bernardo, entre el intelecto y el afecto no existiría una cesura tan estricta como habrían supuesto los modernos desde el siglo XIII. En el mundo monástico sentir y gustar las cosas internamente acrece y jamás cansa el saber del alma. Gramática y Escatología. Nada de oscuridades rebuscadas, sino nítida altura que quema la respiración apresurada.

***

Healing Wounds prosigue y profundiza los armónicos que despliega la obra entera de Mons. Varden. Desde La explosión de la soledad su tema central ha girado en torno a la vulnerabilidad humana: las heridas que el ser humano inflige y se inflige por el pecado están destinadas a ser curadas. Sus cicatrices nos muestran el itinerario de la salvación: la conversión, la redención, la restauración. La fe cristiana se sostiene en una esperanza que brota de la memoria. En el presente el pasado nos recuerda el futuro. Castidad invitaba a descubrir en Cristo la imagen del nuevo Adán que, sin guardársela, nos ha comunicado en su Resurrección. Healing Wounds enfoca ahora nuestra mirada hacia la piedra de escándalo de la Cruz en que cuelga Dios hecho Hombre. A despecho de nuestra época que quisiera silenciarla, a través de ella el cristiano atisba la Gloria escatológica.   

***

Arnulfo de Lovaina va elevando nuestra mirada desde los pies y las rodillas del Crucificado, pasando por las manos, el costado y el pecho, hasta alcanzar su corazón y su rostro. El amor requiere de una precisión contemplativa a través de una Rythmica oratio. El sustantivo retiene simultáneamente las acepciones de “oración” y de “discurso”. Tras la lectura atenta y la meditación intensa de la Crucifixión, brota la oración que es el discurso que lleva al cristiano a la configuración y a la identificación con Cristo muerto en la Cruz.

Los comentarios a cada una de las heridas de Cristo están forjados en el yunque de la Patrística, tal como la literatura monástica no se cansó de fatigar. Chispean en ellos los sentidos de la exégesis al chocar entre sí. No proceden de una manera uniforme y lineal – del sentido literal al anagógico –, sino que oscilan al ritmo que alienta el Espíritu. En términos lingüísticos, podría decirse que el suyo es un desarrollo semiósico que condensa el nivel fónico con el pragmático o el sintáctico con el semántico. El sentido literal que garantiza la interpretación alegórica se metamorfosea en un nivel moral que sólo puede ser engendrado en su perspectiva anagógica. De ese modo, la alegoría y la literalidad alcanzan su sentido más hondo. Tan es así que cada comentario termina con una brevísima oración de Dom Erik. Mediante la libre adopción de la forma del verso, aspira a fundirse con Cristo en la palabra poética con que el abad Arnulfo quería responder a la Palabra.

De las glosas a cada una de las heridas, me han impresionado profundamente las que Dom Erik dedica al Costado y al Pecho de Cristo. En este punto me falla la gramática. Me conformo con la enumeración: Longino, Bartimeo y David; la lanza, la ceguera y el Arca; las historias apócrifas y la verdad del Evangelio; Judas probando el bocado antes de entrar a la noche, Juan reclinado sobre Jesús… Léon Bloy decía que no existe más que una nostalgia: la del Paraíso. En un párrafo de una sencillez estremecida, con el sabor de los Padres, Dom Erik nos anima a vislumbrarlo de nuevo a través de la abertura del Costado.

 ***

Como decíamos un poco antes, el gran tema patrístico y monástico de Mons. Varden es el dolor del que nace una alegría que no puede sernos arrebatada. En el fondo, no retoma sino el motivo de la Caída desde la perspectiva de la Redención: el Edén contemplado desde el Gólgota. En su nuevo libro vuelve a meditar y contemplar el misterio de la Creación. Como religión de la Encarnación, el cristianismo conoce el peso indecible de las lágrimas; por ello, tarea suya es enjugarlas y consolarlas. Entre el desierto de las tentaciones y Getsemaní Jesucristo obra como el nuevo jardinero del Edén que florece con su Resurrección frente al Sepulcro abierto. En unas sociedades como las nuestras, que (se) niegan la fragilidad y el sufrimiento, debería resonar calladamente el ofrecimiento final que guía la intención de nuestro autor: “Se trata de comprender que el mundo necesita todavía la salvación; que la Pascua no es un acontecimiento pasado, sino presente; que nuestra vida, nuestra alegría y esperanza depende de ella. Solamente en el paraíso, cuando por fin estemos en casa, con Jesús, Dios hará que cese todo llanto. Por ahora, comemos nuestra ración en su mesa como caminantes, su pan sazonado con nuestras lágrimas”. Eucaristía y Escatología riman en el Banquete eterno que anuncian las Llagas de Cristo, nuestra Paz.

***

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario