viernes, 14 de abril de 2023

La luz del Nombre


Viernes de la Octava de Pascua 



Ahora que la difusión de Poética del monasterio ha concluido, algunos amigos se interesan por mi próximo proyecto letraherido. Me cuesta confesarles que estoy entregado a un descanso sabático. Leo, sigo meditando, repaso reposando. Nunca, o casi nunca, me he propuesto escribir un libro. De repente entre aquellas notas dispersas que hubiera agavillado descubría una ligazón en espera de desarrollo. Del modo más radical, Poética del monasterio se me impuso como un título. Todo el libro estaba contenido en esas tres palabras. Debió esperar casi cinco años hasta que me atreví a acogerme a sus espacios blancos, como el hábito del Císter sobre el que se grabase el escapulario de mi escritura.

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Ando aprovechando la coincidencia de requerimientos académicos con obligaciones amicales para ir pergeñando un volumencillo antimoderno, español, a caballo entre la crítica y la semblanza. Contiene un algo de ejercicio de estilo, a carboncillo, preso de una seriedad agitada, incluso divertida. Trazan sus líneas un sfumato de mis preferencias literarias. Tal vez tuviera razón un alumno que me decía hace un par de días que advertía en mí un gusto – ¿romántico?, ¿neoclásico? - por escarbar entre las ruinas de lecturas olvidadas.  ¿Es acaso la tentación barroca que no logra resistir la virtud gótica perseguida por mi estética claravalense?

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Me impresionó mucho un comentario de Álvaro Petit bajo un sol limpio, primaveral, madrileño. ¿Por qué no escribir simplemente un libro de principio a fin, sin ensamblar materiales previos? Me ha parecido un recordatorio monástico. Lejos de distracciones, concentrándose en lo esencial, regresar adentro, apartado del tráfago cotidiano, asumir su olvido, tomando distancia del mundo para pensarlo mejor.

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En estos últimos meses voy rezando partes del Oficio mientras camino de ida al trabajo y de vuelta. Los salmos empiezan a resonar misteriosamente en recovecos en penumbra de mi alma. La recitación itinerante cierne sus detalles por el movimiento de una respiración entrecortada. Entreveo entre la justicia y la gloria de Dios, más que una procesión, una correspondencia íntima. A la madurez quizás me haya llegado el momento de reconciliarme – o no- con Platón a través del Aquinate.

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Poética del monasterio culminaba asomándose al sepulcro en la soledad del Sábado. Tal vez sea la hora de adentrarme en la oscuridad hacia la luz, con una confianza que me obligue a imprimir la esperanza de S. Bernardo: “Aspirará el día y respirará la noche”. ¿Acaso es éste el comienzo de una nueva peregrinación? El rostro de Dios no puede reducirse a una imagen – o un concepto-. Está grabado en la Palabra. De ella emana la luz de su Nombre.

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