Conmemoración de los Fieles Difuntos
Por otra coincidencia
en absoluto buscada, que siempre me ha sido imposible sospechar fruto del azar
sino de una escondida providencia manifiesta en las fechas y en los números, mi
libro Poética del monasterio sale a la
venta el mismo día en que hace tres años daba comienzo a este blog y al tercer mes de haberlo querido despedir. Recopilo ahora algunas anotaciones de estos últimos
meses. La deuda de gratitud contraída con Ediciones Encuentro por la confianza
depositada en mi libro se ha ido agrandando entretanto.
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… Al pararme a meditar en el origen oscuro de
este libro, tengo por cierto que nace de un par de citas que durante años he repetido como jaculatorias: “La Iglesia asiste a la perpetua derrota del
bien, aunque no por ello se desanima ni se entrega a la utopía” (Henri de Lubac);
“La vocación del monje no es más que la vocación del bautizado; pero es la
vocación del bautizado llevada a su máximo de urgencia” (Louis Bouyer)…
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… Esta poética no invita a entrar en un
monasterio, ni a organizar comunidades políticas y sociales en función de modelos monacales, ni tampoco a ensalzar la vida del monje como
el llamado estado de perfección… La radicalidad del cristiano no se conforma
con reducir el Reino a los límites de este mundo, sino que espera que la
plenitud de la Creación sea renovada en el Espíritu, trascendida, inagotable.
La figura del monje -y de su vida en el monasterio- apunta a este hombre
escatológico. Esto es lo que nuestra época da por acabado, como los griegos del
Aerópago se retiraron al oír hablar a Pablo de la Resurrección de Jesús…
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… No cabe insistir solamente en los ejemplos de Marta y
María, del buen samaritano o del hijo pródigo. Quizás haya que seguir luchando
por no dejar de leer el capítulo 21 del Evangelio de Juan. Tras confirmarle en
su misión, Pedro sigue preocupado por el papel de quien recostó la cabeza en el
pecho del maestro, estuvo al pie de la Cruz junto a la Madre y llegó el
primero al sepulcro abierto. Jesús le respondió: “Si quiero que éste se quede
hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme”.
Con los ojos de Pedro, llenos de confianza y
no de resquemor, Poética del monasterio quiere contemplar la función
nuclear que sigue teniendo la figura de Juan para una Iglesia que
asiste a la perpetua derrota del bien sin desanimarse y con el realismo místico
que le evita la tentación utópica…
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… En medio de la batalla sobre el concepto de familia en el que vivimos inmersos, la figura del monje está muy conectada con la del padre y con la del maestro… No es casual que las tres parezcan pasar por una crisis inacabable, mientras se espera alumbrar, apoderándose de sus nombres, unos nuevos modelos que los utilicen como la coartada para conseguir disolverlas.
El padre y el maestro también están solos hoy en día en el ejercicio de su profesión de vida. Despreciados, humillados, se les exige
que cumplan estrictamente con unas funciones que jamás han abandonado,
reclamándoles, con no pocas amenazas, una ejemplaridad imposible y
reprochándoles unas debilidades de las que sus acusadores se absuelven a sí
mismos con un cinismo imperturbable…
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… El monasterio no el símbolo de una huida o
de un repliegue. Erik Varden ha recordado recientemente que "el monasterio no es un fin en sí mismo. Está llamado a ser un signo de la belleza y la verdad trascendentes de Dios en el amor". Sus piedras son un símbolo de protección: de paz y de perdón...
Los Padres y las Madres del desierto, la Patrística, sus Bibliotecas y sus
Huertos ejercen una resistencia que sigue alzada en el corazón de
los desiertos contemporáneos, en medio de las ciudades: tantos hogares y
tantas escuelas. Como decía S. Bernardo, “quien ora y trabaja, levanta con sus
manos el corazón hacia el cielo” …
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… Una poética del monasterio aspira a
alcanzar un valor tanto objetivo como subjetivo. Toma
el monasterio, en tanto que lugar físico y simbólico, como la referencia
que le permite alzar el plano de sus intuiciones morales y anagógicas. Intenta reflejarlo en
su estructura tanto temporal como espacial. La mezcla de registros -literarios,
ensayísticos y académicos- puede provocar estupefacción. A estas
alturas un monasterio no puede conformarse con reproducir una edificación del
pasado sino que debe experimentar un libro por venir…
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… Lo propio del monasterio no es proporcionar
asilo, sino ofrecer hospitalidad. Es un lugar de paso, situado afuera.
Con su ritmo cotidiano, lleno de repeticiones, introduce una discontinuidad en
la rutina. Es preciso estar muy atento para captarlas, y, al captarlas, permitir que deje su
huella en la propia vida. Es entonces cuando se puede regresar al “mundo” sin
aferrarse al silencio y a la soledad. Estar cara a cara con Dios pasa por la
hospitalidad que sobrepasa cualquier arte. Que en él brille, piadoso, lo imprevisto
de la virtus: el encuentro fraterno entre dos personas…
***
… Con la atención puesta en practicar el consejo de S. Benito, antes de dar el ósculo de paz, es preciso que el autor y el lector,
el leescritor, por utilizar un concepto empleado en el libro, oren juntos
para evitar los engaños diabólicos. Se sea creyente o no, se esté huyendo o buscando un centro, quien acude a un monasterio está en su búsqueda. El monasterio
que pretende haber construido este libro no tiene otro fin que el de dar
espacio a esa posibilidad que jamás agotará ni satisfará plenamente. Sea cual
sea el resultado, su misión querría consistir en acoger y dejar ir en paz…
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Amén. Aleluya.
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