Memoria del Beato Guerrico de Igny, monje O. Cist.
Al comenzar la Novena a
San Bernardo de Claraval, que concluye hoy, decidí subir cada día un fragmento
breve sobre el abad cisterciense a la antigua red
social Twitter. Hace unos años me tomé la libertad de redactar una novena
a Léon Bloy seleccionando frases de sus Diarios. Decidido a
repetir el procedimiento, me encuentro al cuarto día, en que incluía una
brevísima referencia bloyana, con el interés del Oratorio de San Felipe Neri de Alcalá
por la fuente de tal Novena. Quedé desconcertado de entrada. Dado su ruego, al
completarla, me siento en la obligación de dedicársela.
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Parecería que la Novena
fuese solamente un ejercicio de devoción tradicional, como una caricatura del tópico reproche erasmista contra la
superstición de las oraciones vocales repetidas por costumbre y con una
finalidad mágica. Nada más lejano del recto sentido trinitario, tres veces tres, con
que el fiel emprende un camino de ascesis encomendándose a Cristo y a su Madre también
a través de los méritos de sus santos.
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Una Novena exige ascesis.
Es un tiempo que, en medio de las ocupaciones diarias, nos arrebata de sus limitaciones.
Las transfigura liberándonos de ellas. ¿Qué mejor manera de orar que leyendo,
meditando y contemplando? Como sacramental, la Novena es liturgia de lo cotidiano.
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Cuando veinticinco años atrás comencé a
estudiar los oracionales del siglo XVI, me llamaba la atención la condescendencia
con que muchos filólogos y teólogos despachaban, a favor o en contra, la falta de
originalidad o las carencias académicas de los escritores monásticos. No se daban cuenta de que,
mientras ellos sabían de letras y del Espíritu, estos sabían las letras del Espíritu.
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“Mi” Novena a San
Bernardo no es filológica. Acumula, organiza, rehace los textos como intertextos
de una búsqueda. Crea un texto no como un collage, sino como un flujo
significante. No hay experiencia sin una escritura. Mejor dicho, sin leescritura.
Todo diálogo es una lectura que escribe, una escritura que (re)lee.
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Bernardo de Claraval, como
todo hombre, contiene un misterio. Siendo este de una deslumbrante ambigüedad, concede a quienes se acercan a él el don de esforzarse por
comprenderse mejor a sí mismos. Al escribir sobre él, intentan alumbrar sus
secretos propios. A través de ellos, indirectamente, indago también en los míos.
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Conocerse a uno mismo no
es sólo un imperativo délfico. Polvo soy y en humo me convertiré. Bernardo
enseña que el conocimiento de sí es la práctica de la humildad. Una Novena a
san Bernardo debe pedir esta gracia con la confianza de que, al pedirla, la
recibirá en su mismo ejercicio.
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Comienza mi Novena con la
oración de S. Bernardo Memorare, o piissima Virgo Maria. Le sigue la
lectura de los fragmentos aquí propuestos, algunos de los cuales casi puedo
recitar de memoria por haberlos rumiado en tantas ocasiones. Tras el Pater
noster, Ave Maria y Gloria, la plegaria final: Sancte Bernarde, ora pro nobis
ut digni efficiamur promissionibus Verbi Dei.
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Primer día: Dom Jean Leclercq,
San Bernardo y el espíritu cisterciense.
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Segundo día: André
Malraux, Los robles que caen (referencia a Charles de Gaulle)
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Tercer día: Thomas Merton,
San Bernardo, el último de los Padres.
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Cuarto día: Léon Bloy, El
mendigo ingrato.
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Quinto día: José Jiménez
Lozano, Guía espiritual de Castilla.
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Sexto día: Rémi Brague, San
Bernardo y la filosofía.
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Séptimo día: Étienne
Gilson, La teología mística de San Bernardo.
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Octavo día: Dante, Purgatorio
XXIX.
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Noveno día: San Bernardo,
Sobre los grados de humildad y soberbia.
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