Memoria de San Pascual Bailón, rl.
Fractio panis,
Pintor italiano (S. II)
Catacumbas de Priscila
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De mi juventud
recuerdo cómo los más selectos católicos progresistas se disputaban la
posibilidad de tomar la mano a enfermos terminales de sida los domingos por
la tarde, como si fueran los nuevos Padre Damián, mientras
clamaban contra la ignorancia aburguesada de quienes, ocupados en sus rezos, no
querían llegar tarde al templo.
Treinta años
después, con esa seriedad inflada que nunca ha dejado de acompañarles, en
atención a los más vulnerables, según susurran con boquita de piñón, disponen
que hay que utilizar bastoncillos de algodón que permitan respetar las distancias a
la hora de ungir a los enfermos, no vaya a ser que se puedan contagiar.
Antes bramaban
invocando que Jesús reclamaba misericordia y no sacrificios y que su Evangelio
nos debía poner al lado de los marginados. Hoy amonestan que el auténtico culto
es el interior, en verdad y en espíritu.
Tan rebeldes como
siempre, supuestamente escandalizados por el legalismo farisaico, no se
conforman con detallar todas las medidas de seguridad que se deben seguir. La
vigencia de la dispensa dominical es cuestión de aforo. Incluso no dudan en
regular cuál debe ser la manifestación del dolor de quienes, habiendo perdido a
sus seres queridos, acuden al culto en busca de consuelo:
“La presencia de familiares y fieles deberán cumplir las normas de ocupación del espacio. Asimismo, tendrán que evitar los gestos de afecto que implican contacto físico”.
No se cansaban de blandir la “denuncia profética”. No han cambiado. Siguen siendo los mismos burócratas disfrazados de aventureros, siempre a las órdenes de la autoridad civil competente, sea la que sea, siempre obedientes a su conveniencia, con buena conciencia, con indesmayable espíritu de colaboración por las buenas o por las otras. “A Dios lo que es de Dios; y al César lo que es del César”. ¿Qué piensan que necesitaría Dios de ellos, sino que el César los mantenga a cambio de que nos vigilen y de que nos disciplinen empáticamente por nuestro bien?
Releo El Instante de Kierkegaard:
“--- y entonces jugamos el juego de que todos somos cristianos, de que todos amamos a Dios, pues las personas hoy día, por «Dios es amor» y por «amar a Dios», no entienden otra cosa que el caramelo pegajoso y empalagoso con el que comercian los testigos de la verdad de lo que es mentira”.
Con su marcionismo de saldo, con su utopismo de pachulí, con su despiadado despotismo de siempre, el egoísmo clerical se precipita hacia una sectarización sin fieles y sin poder. Habrá que dar a gracias a Dios por una situación tan abrumadora.
Se organiza la
celebración del culto como si se dispusiera la apertura de los establecimientos
del sector de la hostelería y de la restauración. Ir a Misa como ir de bares.
Con una diferencia: el dueño del bar no reclama sumisión obsequiosa.
Si quieren
mantener en conciencia su fe, no pocos católicos se están sintiendo obligados a
practicarla con radicalidad protestante, a fin de mantener la comunión que sus pastores les han exigido entre fórmulas vagas y vacías de cercanía. Ni las sonrisas, ni las amenazas, ni
los decretos futuros podrán llegar a revertir esa situación cuando ya no interese.
Releo a
Kierkegaard:
“Pues burlarse de Dios no es equívoco, pero hacerlo en nombre de rendirle culto es equívoco; querer abolir el cristianismo no es equívoco, pero abolir el cristianismo diciendo difundirlo, es equívoco; dar dinero para trabajar en contra del cristianismo no es equívoco, pero recibir dinero para trabajar en su contra diciendo trabajar por él, es equívoco”.