Fiesta de
Nuestra Señora de la Merced
Ricardo Calleja, del que quienes le conocemos sabemos que parece hombre de mundo y es hombre de Dios, mantiene las
distancias como la forma íntima de una calidez que se rige por la
prudencia. Retiene la sonrisa al esbozarla. Achica los ojos, aprieta los
labios, suspira honda y discretamente. Inicia un gesto amplio de la mano hacia
la nuca antes de pronunciar con pocas palabras claras, entre dientes, una
opinión, un pensamiento, una reflexión largamente vividos. Se encoge de
hombros, calla, como si supiera que, aunque resulten inútiles, no cabe nunca
desesperar. Cuando ríe, incluso con un punto de elegante sarcasmo del que
parece arrepentirse de inmediato, no deja que se malogre su contención. Advierto
a veces, como una ráfaga, una tristeza de fondo que hace resplandecer, matizada,
una alegría que no sabría apagarse. Como lector las veo de nuevo unidas con el continente
de la persona y de la obra en su nuevo libro Istmos.
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Istmos se presenta como un volumen de
aforismos. Se advierte en él un esfuerzo terso por mantenerse en los límites de
un género breve tan lábil e híbrido, con fronteras tan imprecisas con la
máxima, la sentencia, el adagio o el apotegma. La voluntad moral atraviesa toda
la colección, refrenada o potenciada no sólo por la concisión lingüística sino
por los efectos de sentido que trabaja sobre la materia y la forma del lenguaje
mismo. Hay poetas que quieren ser moralistas. Calleja, que es un moralista,
aspira a ser poeta.
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Otras reseñas podrán
destacar la división de Istmos en cuatro partes, subdivididas cada una
en tres epígrafes, que representan sendos espacios simbólicos por reales, y
viceversa. Número completo: Doce. Entre tierra y cielo, la cuaternidad y lo
trinitario. Casa, escuela, plaza y templo no marcan sólo una gradación entre lo
privado y lo público, lo íntimo y lo comunitario. Entre los chispazos
aforísticos asoman las intuiciones de un ensayo sobre una teoría política del
Derecho. ¿Cómo no dejar que se escabulla sino agrupando sus dovelas como un mosaico
de aforismos? Ya digo. Otras reseñas deberán subrayar la unidad temática y
estructural de lo que se ofrece, por naturaleza, disperso y fragmentario. Más humilde - ¿más esencial? – esta lectura,
aquí, se detiene solamente en el concepto.
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Calleja, que invoca a
Hobbes y a Schmitt, es barroco. No es el suyo un barroquismo de filigranas y
volutas. Lo es conceptista. Desengañado, no escéptico. A un paso de la acritud,
retrocede. Calleja es un conservador, claro. El conservador descree de las
utopías. El conservador, a secas y maduro, ni espera el regreso de un Paraíso
perdido, ni negocia a la baja otro por alcanzar. El conservador desconfía por
defecto y espera por virtud. El presente no es sino el tránsito germinante de
su pasado a un futuro que debe venir en la gloria del Hijo del Hombre. Por
ello, de la familia conservadora a Calleja la reaccionaria casi le impacienta;
la liberal le enciende, casi. Dos son, en suma, los principios de su inexcusable
condición moderna: la autoridad de la casa y el templo, el poder de la escuela
y la plaza. Orden y sentido.
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Barroco, Calleja defiende desde el prólogo también aforístico la claridad densa y revelada de una teología positiva. El místico es un asceta en acto. El asceta debería ser un místico en potencia. Moderno, interroga en los pliegues del lenguaje el peso significante de una verdad escondida y, todavía, operante. Rememora el Evangelio y la filosofía aristotélica. Trasciende la historia para que la conciencia de la Caída no sea sino la penúltima palabra. Llama la atención que, para lograrlo, ponga en juego dos procedimientos y tres temas. La variedad repetida de los juegos fónicos y la exasperada polisemia de la paradoja buscan pulir, como una gema, el emblema verbal. Asimismo, resiste la crisis biopolítica distinguiendo el orden (sobrenatural) y la organización (técnica). Si la política es la teología por otros medios, una filosofía de la historia debe desembocar en una Poética de la Redención, es decir, en una escatología. En ella se salva la soberanía de otro mundo, sin incurrir en los espejismos esteticistas del pasado ni en las especulaciones emotivistas del futuro. Hic et nunc, moderno y barroco.
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… No hay menos misterio en la precisión comunicable que en lo indecible…
La casa cansa y descansa.
La lengua es el arma del alma.
Claridad: caridad con ele de logos.
En el principio estaba la Palabra, no
el concepto.
Todo arte es narrativo.
La virtud perfecta es tan natural en
la excepción como en la norma.
Para el autoritario lo excepcional es
lo normal. Para el liberal lo excepcional es siempre rechazable y hasta
imposible. Para el clásico, lo normal es lo deseable; lo excepcional,
inevitable.
Paradoja: la deliberación racional
pública es un mito.
Ser conservador es sinónimo de acatar
toda revolución que ya haya sucedido, y no apoyar ninguna de las que debería
suceder.
Hay una gran diferencia entre el
conservador elegíaco y el conservador celebrativo. La que media entre el
reaccionario y el conservador.
Toda filosofía política es una
filosofía de la historia. Toda filosofía de la historia es una teología de la
historia.
Teología de la historia: lo peor está
por venir. Lo mejor está por volver.
La política es la continuación de la
teología por otros medios.
La ideología es ideolatría.
El exceso de organización es un
desorden.
Reinar no es figurar. Reinar es
figurar.
Para el cristiano es difícil saber si
pone ladrillos del Reino o de Babel, pero sabe muy bien que no puede volver al
Edén.
Los cristianos damos a beber vino
nuevo en vasos rotos.
Cristo colma nuestra esperanza,
desafiando nuestras expectativas.
Dios ha muerto. Y está a punto de
resucitar.
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