Memoria de
S. Benito, abad
Homenaje a Victoria, Tolstoy, Joselito y Juan Ramón, Ramón Gaya (1987) |
Desde hace unos meses, cumplida
la ruta editorial de Poética del monasterio, algunos amigos me preguntan
si ando preparando otro libro. Me escabullo. Temo la carga del escritor obligado
cada par de años a publicar un volumen que recoja artículos dispersos, embutidos
en la lamparita mágica de una antología que algún lector debiera descubrir,
arrumbada, en la esquina de un bazar. ¿Contendría algún provecho ese libro o será
sola la tabla en que bracea, náufrago, su autor?
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Las ideas, las notas y
hasta los capítulos de los mejores libros que hubiera soñado escribir flotan
como pecios apilados dentro de carpetas de las que no me atrevo a deshacerme,
reverente y supersticioso. Las observo y jamás las abro. Fetichista, acaricio las rugosas fichas a rayas que no he dejado de coleccionar durante treinta
años.
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Conservo el libro
inédito de juventud. Bajo el rostro de aquel dios, nació Cavalcanti. No pude
publicarlo. Guardo con una fidelidad inquebrantada la ausencia irradiante de
sus lectores de entonces.
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Leo en San Juan Clímaco: “El
vanidoso es un creyente idólatra: parece honrar a Dios, pero busca agradar a
los hombres y no a Dios”. Se apoderan de mí los escrúpulos ensimismados del
silencio. Sigo leyendo la Escala: “Gran cosa es sacudir del alma las
alabanzas de los hombres; pero mucho más sacudir las alabanzas de los demonios”.
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Durante los dos últimos
años he ido escribiendo con cierta regularidad semblanzas de escritores españoles
en la revista Centinela. Alcanzado el número de trece, y a
la sombra de los poetas, han emergido las claves que han guiado sus vaivenes. Ay, es una antología, y oh, tal vez custodie algo
más. Se titula Antimodernos españoles.
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“Tomando como referencia la conocida obra de Antoine Compagnon, sus capítulos recogen el perfil de ensayistas, narradores y poetas cuya posición política y estética desafía las etiquetas ideológicas más rígidas. La nómina incompleta y personal seleccionada muestra la riqueza «conservadora», «secreta» y «cronoclasta» de una reflexión que ha puesto en jaque la asociación de modernidad y progreso en nombre de las libertades y la tradición.”
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Ninguno de mis libros más
míos ha dejado de ser jamás un palimpsesto.
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Concluyo el libro encabezándolo
con una cita encontrada por merodeo. Su opaca claridad me hace dudar un
instante. Consulto al joven compañero que a esas horas todavía sigue en el
despacho. Lee y alza la vista, perplejo: “¿Buscas que el lector no sepa dónde entra?”.
Rendido, asiento. No concibo ofrecer otra lectura que no sea la aventura por una
selva intrincada en donde se cuela la sencilla y última luz de la tarde. No
deambulo por los laberintos de mi inteligencia, sino por la abigarrada senda de
mi memoria. Agotado, no desisto de mantener en alto la voluntad de significar un
mundo imaginario y enigmático que aún podamos compartir. Su forma intenta, desesperada,
retener el eco de una verdad que, aun condenada a esfumarse, no lo desvanecerá.
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“Nos hablan
del poder porque les falta,
y de la
libertad porque les sobra.”
(Julio
Martínez Mesanza)
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