Fiesta de la Visitación de María
Es el nuestro un mundo que no le gusta denegar.
Reniega. Suele imponer sus decisiones mediante el silencio. No le gusta verse
obligado a pronunciar una negativa. Le incomoda tener que dar razón de ella. El
diablo se precipita al infierno sonriendo: “(Non) Serviam!”.
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Voy releyendo y reescribiendo algunas páginas
de Poética del monasterio. Entiendo cada vez mejor los silencios que pudiera
provocar. Aun con tristeza, debo reconocer que una parte de su éxito
consistiría en que fracasase completamente por las razones equivocadas.
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Siempre me han parecido terribles y lúcidas
las palabras con que Michel de Certeau daba inicio a La fábula mística:
“Este libro se presenta en nombre de una incompetencia: está exiliado de
aquello de lo que trata”. En nombre de los embalsamados principios de una razón
académica o ensayística que se pronuncian con el timbre de una cacatúa
ilustrada, observo muchos libros que se sienten en casa proclamando como su
gran método el ejercicio de su incompetencia. Por supuesto, reciben un fugaz
aplauso admirativo y unánime y aliviado.
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Busco el lector que salga, si no defraudado, inquieto
de la experiencia de haberse alojado en mi monasterio poético; que no acabe de
entender cómo se articulan sus partes; que observe las deficiencias del acabado
estilístico tan variopinto; que discuta la insuficiencia de algunas de sus
interpretaciones; que hubiese preferido una hipótesis clara y una argumentación
trabada. Antes de empezarlo, también me habría gustado a mí saberlo escribir así.
Me habría equivocado rotundamente, pero no me debería entonces responsabilizar
de los errores que he cometido. Allí estaría un monasterio bien
restaurado, con su huerta podada y su hospedería convertida en un amable resort
donde negociar acreditaciones y acoger invitaciones para conferencias.
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Tras el cinismo de la deconstrucción y de la
crítica cultural, ante las líneas anteriores cabría sonreír advirtiendo en
ellas el típico dispositivo de autodefensa. En los términos del exilio, lo
es, sin duda. Pero ¿no es posible concebir ya no la posibilidad sino la
realidad del retorno? Reimaginar una poética monástica tal vez sea dado a
quienes experimentan la melancolía exclaustrada. Como el hijo pródigo, es
preciso recorrer el camino de vuelta, desandarlo, deshacerse de
él mientras sus huellas siguen grabadas en nuestras plantas. Es preciso
exiliarse del exilio: una empresa anamnética. Cabe recordar lo que quisiéramos olvidado
-o, simplemente, estetizado-.
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No se trata de complacer al lector. Tampoco de
disgustarlo. Una poética monástica se dirige a un solo interlocutor: Dios. En
Él los lectores dictan Su juicio. El autor se entrega a la escritura sabiendo
que la sentencia según el tiempo excede su historia. Los lectores reciben la
obra como la celebración de un Oficio que no desfallece. Su diálogo gira torno
a un eje que disloca su posición. No es el lector quien emite la condena, sino
que en él debe obrar su inocencia el autor. No es el autor quien redime al
lector, sino que éste absuelve su(s) fallo(s). Uno y otros reproducen a tientas
y en comunión el gesto original de Dios: al crear van leyendo la obra; al leer,
la ponen en obra. La leescriben. Valde bonum!
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