Fiesta de
san Jorge, mártir
San Juan Evangelista en Patmos, Hyeronimus Bosch (1504-1505) |
Aun a trancas y barrancas,
ando anotando aforismos con la esperanza de que cobren alguna vez una bizarra
unidad. Aunque Gregorio Luri sostiene con no poca razón que el género contiene sólo
chispazos, sin ser fuego que calienta, no estoy seguro de que acoja también en
ocasiones los destellos de un libro que se hubiera hundido. ¿Señales de un
naufragio? Aforismos o versos o citas o glosas: pecios de un pensamiento sumergido.
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Ya he comentado que Luri tal
vez sea el único de quien me puedo fiar cuando asegura que mis libros son obra
de un teólogo, es decir, de alguien que está poseído por el discurso de
un dios. Como escribí en El peregrino absoluto, en el fondo no hablo de ningún
dios, sino que tan sólo quiero hablar a Dios, Lector absoluto de nuestras esperanzas.
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Mis volumencicos de
ensayos han sido siempre construidos sobre una pauta hipotextual. Cuando
empecé mi blog cavalcantesco latía el recuerdo encendido de los capítulos de La
luz de la noche de Pietro Citati. Sin embargo, enseguida la Trilogía güelfa tomó su propio camino dantesco, así como El peregrino absoluto se
acogió al amparo de la Exégesis de los lugares comunes de Léon Bloy. Poética del monasterio, más ambiciosa, no se conformaba con un modelo. Quería dibujar
entre sus líneas la imagen que describía. A su manera, era también, especular,
una mise en abyme: un espacio monástico construido por su tempus
litúrgico.
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XXI Güelfos |
El peregrino absoluto |
Poética del monasterio |
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Los aforismos que voy
desgranando a trompicones emergen – ¿como chisporroteos fatuos? – de intuiciones
contenidas en todos esos libros. Si al escribir Poética del monasterio aseguré
que tenía muy presente una citas de Henri de Lubac y de Louis Bouyer, ahora toma de nuevo otra advertencia del jesuita francés. Al introducir el primer
volumen de su obra La posterioridad espiritual de Joaquín de Fiore,
recordaba que la idea de fondo del joaquinismo se podía caracterizar “como algo
que ha sustituido la espera (frecuentemente angustiada) de la catástrofe final
por la espera (llena de una radiante esperanza) de una nueva era en este mundo”.
Siempre he creído que la única manera de combatir el consuelo, angustiado o
radiante, moderno o reaccionario, que proporciona esta espera consiste en
recuperar la fuerza escatológica de un lugar teológico olvidado: los novísimos.
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¿He de aclarar qué título,
exigente e inalcanzable, está hecho a la medida de este opúsculo que caerá como las estrellas del cielo en el tiempo apocalíptico, radiante o angustiado? Milenarismo.
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Apenas comenzado, me
abruma el itinerario que me he propuesto, como si hubiese trazado una ruta
abrupta que no pudiera concluir, que no quisiera concluir, que temiese concluir.
Un libro milenarista debería cumplir sus propias obsesiones: números y
figuraciones, es decir, números figurados y figuraciones numéricas. Mil aforismos,
entre cuyas partes el diez y el nueve – y, ay, el seis – vayan ritmando sus
estrofas y hasta sus hemistiquios imaginarios. ¿A qué paso debe marchar? Al del
banquete celestial, no al del oficio de las horas. Del Kyrie al Ite vivimos
bajo el reino del Espíritu santo.
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