martes, 23 de febrero de 2021

Respuesta bucólica a José Antonio Martínez Climent

 

Memoria de San Juan Theristes, monje

 

El pastor,
Claude Lorrain (1655-1660)

Estimado José Antonio:

Es de obligada urbanidad responder a la maravillosa carta geórgica que, a mi nombre, tuvo la delicadeza de remitirnos a los participantes en el programa de Extremo Centro titulado “De las creaciones del hombre destinadas al fracaso”. Sabe usted bien cómo, siendo un discípulo lejano de Claraval, he podido atender, con alivio y consuelo, la piedad virgiliana que desplegaban sus líneas. No me hubiera atrevido, si no, a adoptar como divisa de mi petit Clairvaux la glosa de san Bernardo: “Mel in cera, devotio in littera est”. Dejémoslo en latín. Lo escrito, escrito fue.

A un hombre tradicional como usted, de una sola pieza, que nos ha mostrado con desengañada sagacidad que, al intentar domesticarlo, la urbs sólo ha querido abolir el agro, no le puede responder un peregrino en soledad confusa con otra clave que no sea bucólica. Felizmente derrotado, no alcanzaré su altura, pero ojalá su compañía.

Cuando el ciudadano vocifera “Lo personal es político” replica esa pulsión sísmica de destrucción que usted tan bien ha descrito. En lugar del campo pretende negar la imaginación. Aunque no nos resignemos, comprendemos demasiado bien por qué procura que no exista otro mundo sino el diseñado por los esquemáticos planes que cacarea.

Como todos es@s polític@s de diseño ahormados por un gabinete de comunicación, desea con buena conciencia que nadie le discuta poder ahuecar la voz, almendrar los ojos capados como los de un minino mono y mover la boquita y las manos con insufrible gazmoñería. Las potestades de ese mundo lo festejarán con risas y pingües dádivas pegajosas. Resentidos, lograrán que borre la nota exacta de un canto amebeo entre sus berridos inclusivos y la pureza extensa de una llanura dibujada al atardecer con el chapoteo de sus pisadas ecológicas. ¿Por qué habría de detenerse en los diversos matices de la luz si le basta con hacinar sus emociones prestadas?

Bien le oigo, como a Títiro, exclamar frente al lar propio: “Seguro que antes pacerán en el cielo los ciervos ligeros y los mares dejarán al desnudo los peces en la playa, […], antes de que su cara se esfume en mi corazón”. Y me alegro que usted haya tenido la delicadeza de acompañarme un trecho de ese camino que me lleva una y otra vez al exilio de esa Roma nihilista y amnésica en la que se reparte y se despedaza nuestro fondo común -nuestra Tradición- entre su corte de arribistas y trepadores. Le suplico que me oiga todavía como a Meris responderle: “Todo se lleva la edad, incluso la memoria. Recuerdo que muchas veces de niño cantaba a lo largo del día hasta la puesta del sol. Tantos poemas que he olvidado ahora, y hasta la voz me abandona al presente…”.

Déjeme que vuelva a agradecerle su carta por ese tono de jovialidad instantánea que las risas del programa han logrado procurarle. Ha disipado las dudas que me asaltaron al acabar la grabación. A nuestra edad uno teme que traicionar el silencio no baste para recordar a sus lectores y a sus oyentes que lo mejor siempre queda en lo no dicho.

En cambio, sus palabras me han traído con fuerza el recuerdo de las imágenes tras la que salí en busca. Porque Pedro Herrero quiere hacernos creer que es un activista materialista de causas concretas, pero esa no es la verdad de mi cuento. Como tampoco lo son las filigranas wertherianas de Lezu, empeñado en hacernos creer que mantendría apagado y fiel el fuego profanado del conservadurismo.

No. El magnetismo de Herrero brota de un fondo arcaico, primordial, que se encuentra entre esos pastores sayagueses, de nombre Bras o Silvestre, que pueblan los autos de Gil Vicente o de Juan del Encina. Brinca, malhabla, se relame zorruno. Provoca y se conduele. Ríe, bebe, come y le abruma a veces, a escondidas y discreto, la vergüenza ajena. Es un talento cómico del que apenas sé bosquejar unas facciones.

Lezu no consigue engañar del todo. Posee la energía de un pastor de Gil Polo, a quien hoy nadie ya leía. Esa será su suerte.

Se hace ya tarde y la sombra se alarga sobre nuestros altares. Tengo para mí que de jóvenes debimos de escuchar escondidos entre los cabreros el discurso sobre las armas y las letras. Ahora, en la mediana edad instalados, contemplamos con distinto afán ese monstruo ruin y despiadado que, según describiera Baltasar Gracián, engulle a los mejores hombres. Aunque las destine al fracaso, no puede arrebatarnos la luz de algunas creaciones en las que ya no dejaremos de vivir.

Me voy despidiendo ya suyo.

  

Fdo. Armando Pego Puigbó