Memoria del Martirio de San Juan
Bautista
Seis poetas toscanos, Giorgio Vasari (1544) |
Diez años después celebro hoy la memoria de mi
precursor. Con el inicio de Donna mi prega, Cavalcanti, mi heterónimo,
mi hermano, el lector que siempre he querido ser, me salvó del Tedio de
trabajar en una de esas instituciones de titularidad eclesiástica que siempre –
siempre, ay- hacen pagar la inteligencia y la libertad con
sonrisas y falsedades, con el hedor de una buena conciencia presta a
silenciar y a escabullirse de cualquiera de sus malas palabras. Cavalcanti, que
jamás ocultó nuestros pecados, guarda para sí las llagas de su misericordia. Agradecidos,
dentro de tres días unos cuantos laicos hemos encontrado la fortuna de
comenzar una nueva etapa académica en otro lugar. En mi caso he decidido no mirar jamás
atrás. Podrán cumplir así con más holgura y al precio justo de treinta monedas, su voluntad largamente acariciada: Muertos, enterrarán
a sus muertos.
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Más allá de la
operatividad a estas alturas de los blogs, no es fácil explicar el
sentimiento de libertad restituida que ha significado para unos cuantos poder publicar determinados
posts. ¿Cómo no parecer que se están contando batallitas a gente indignada que
plantea recursos en la universidad porque su TFM ha sido calificado con un 8,5? Todavía en los mitificados 90 el catedrático de turno, furioso, podía espetar
entre risotadas o esputos a alumnos que, a punto de terminar sus tesis, manifestaban
la más ligera resistencia a seguir siendo avasallados o explotados: “Usted,
usted no volverá a publicar ni en un fanzine”. No, no todos los abuelitos
son buenos ni dulces, aunque quién discutirá que siguen transmitiendo una sabiduría
ancestral. El prototípico boomer supo escalar sobre las pilas de compañeros
amontonados cuyos restos, remilgado, solía apartar con cuidado y poniéndose
siempre de lado. Hoy, en el también prototípico millenial ha encontrado la
horma de su zapato. Como entonces y como ahora, los demás tenemos que seguir
sufriéndolos con paciencia.
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Siete años, trescientas entradas, casi trescientas
mil visitas constituyen el balance de Donna mi prega. Bajo sus discretos
números, late una vida. Como diría Ortega parafraseando a Dilthey, en esos
datos se condensa una mezcla de vocación, destino y azar. ¿Inútil, frustrado,
adverso? Desde que a los catorce años me puse a leer sus epístolas, soy férreamente paulino.
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Por curiosidad he desplegado las estadísticas del blog. Aunque el pico de la atención se hubiese concentrado en el medio del camino, algunas
entradas iniciales han seguido atrayendo, con una constancia sorprendente, la
atención de quién sabe qué lectores y de qué algoritmos de los motores de
búsquedas.
Tal vez porque continúo inmerso en una de mis fases surrealistas, no puedo sino atribuir al «azar objetivo» que, en lo más alto y a distancia, brillen entre lo más leído los temas esenciales de mi stilnovismo claravalense: poesía, política y teología. ¿Acaso no es justicia poética que los amores de Cavalcanti estén escoltados, bajo la condena de Prometeo, por la esperanza de la santidad que solo entrevé y que su incierta política esté disculpada por el ejemplo de la amistad? He aquí, pues, la lista:
- Las baladas de Guido Cavalcanti.
- Güelfos blancos, negros.
- Defensa de la santidad.
- Enrique García-Máiquez, entre palomas y serpientes.
- El arcángel del Cáucaso.
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Hace un par de años preparé un archivo
impublicable que recogía el conjunto de la Trilogía güelfa a la que se
sumaba, como un apéndice, un inédito Epílogo güelfo. Cien entradas, como
cien cantos, pretendían formar una comedia secundaria con el título de
Cavalcanti en Claraval. Bajo la falsilla del prólogo cervantino de Persiles
y Segismunda, quise cerrar con siete llaves, hasta que sonase la trompeta de
mi Juicio, aquel periodo que he exhumado para su reducción en estas ya excesivas líneas.
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