viernes, 10 de abril de 2020

Passio Domini


Viernes Santo

El Descendimiento,
Maestro Forlì (1300-1305)

Como un callado ascendiente de los nombres de Cristo que fray Luis de León comentó en su diálogo agustino, fray Francisco de Osuna, alfabético y franciscano, declaró en la penúltima letra de su primer tratado el nombre de María. 

Al acabar de contemplar la sangre y la sed de Cristo, sus dolores y su desconsuelo, su cuerpo entero, Osuna vuelve la vista a la Madre que permanecía junto a la Cruz. Ensalzada, Mar de amargura, Mirra del mar, Maestra del mar o Señora del mar, “todo se reduze a gran passión y fatiga”.

En dos páginas profundas Osuna se adentra en la imagen material del agua, materna y mortal. “El ser consagrado al agua es un ser en el vértigo. Muere a cada minuto, sin cesar algo de su sustancia se derrumba”, escribió Gastón Bachelard.

En comunión perfecta, el Hijo y la Madre, que desea impotente subir con Él al Trono de su afrenta, afrontan el naufragio de la mar de la Pasión. Jesucristo emergió de ella como Moisés del Nilo o como del Mar Bermejo sacó a su pueblo.

Los espasmos de la agonía duplican y deforman las contracciones del parto. La angustia de la Madre acrecienta el tormento del Hijo. Los retruécanos formales y conceptuales se abrazan, se desdoblan, proliferan sus derivaciones. Modula la amplificación de una amargura tan amarga la paz que la canta, porque, como decía también Bachelard, “hay continuidad, en suma, entre la palabra del agua y la palabra humana”.

Se funden, no se confunden, como la mirra y el mar, la Pasión de Cristo y la de la Virgen: “de estar juntas se recrecía mayor fatiga en cada una dellas”. ¿Cómo no ha de ser María, por conocimiento y experiencia, Maestra o “Enseñadora del mar”? Ella instruye en la disciplina de Dios, como vislumbró el libro de la Sabiduría, 

porque ella comprehendió y conoció más della y se dolía más que ninguna otra pura criatura; lo otro porque ella alcanzó de allí la mejor parte y gozó más de su fruto que ninguno, porque ella, en aquel tesoro, tiene más poder que nadie y ella lo reparte a los suyos como si suyo proprio fuesse; lo último, porque salió del minero virginal de sus entrañas”.

“¡Qué solitaria se encuentra la ciudad populosa!” (Lam. 1, 1). ¿Dónde está ahora tu figura, María, Madre y Maestra?



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