Memoria de S. Benito Massarari, ermitaño
Eneas transportando a Anquises, Carle van Loo (1729) |
Invitado por
Gregorio Luri, participé el otro día en el Seminario de Filosofía Después de
la orgía que coordina en la espléndida Fundación Tatiana. Me esperaban al
principio del acto un par de sorpresas: el pregón pascual cantado por Dom Erik Varden
hace unos años en la Basílica de San Pedro y una presentación dialogada que me animaba
a explicar mi itinerario intelectual. Entré a continuación a intentar dar una visión personal de la crisis posconciliar a partir de la obra de Michel de Certeau, con cuya
figura, como adelanté desde el principio, me une una afinidad profundamente discordante. Como él escribió
al principio de La fábula mística, también hablaba yo en nombre de una
incompetencia: me siento exiliado del modelo eclesial y teológico que él encarnó
con una extrema singularidad. Entre medias, hasta me atreví a salirme del guion
y, en nombre de los Padres, recordar a un público sorprendido que la filosofía
tomista no constituye sólo la coronación del pensamiento patrístico,
sino que en ese hecho inflige una herida a la Antigüedad con un primer gesto
moderno: distinguir entre el plano y el sobrenatural. Tengo la impresión de que, fiel
a mi manera de argumentar, zarandeé a mis oyentes que respondieron, como debía
ser, con un diálogo final incisivo y exigente. Espoleado por Gregorio acabé revindicando
las figuras y las funciones contrapuestas y dinámicas de Pedro y de Juan. Me
limito ahora a recoger el final de mi intervención, que insiste en temas que de
una y otra manera ya había planteado en Poética del monasterio.
***
Decía al principio de esta intervención que
había nacido con la Reforma Litúrgica. Quiere decir que pertenezco a la primera
generación que no conserva ningún recuerdo de la experiencia eclesial no sólo
de los últimos quinientos años, sino de una manera de afrontar, incluso
lingüísticamente, la celebración del “misterio” como había acontecido tradicionalmente.
Si como dice el adagio Lex orandi lex credendi, y nunca al revés, entonces
puede hablarse de una ruptura o, al menos, de una herida. El asunto de la
licitud del rito extraordinario de la Misa cobra así una importancia que no se
limita a formas. En este horizonte cabe entender los esfuerzos de
Benedicto XVI y de Francisco en ese tema…
Quisiera explicarme. Suele hablarse de una nostalgia.
Después de la orgía, ¿qué? ¿Volvemos a casa? ¿Es posible realmente un dolor del
hogar? ¿Queda un hogar? ¿Es la nostalgia también un dolor de aquello que falta?
¿No es una ausencia fundacional que remite a una presencia que se desvaneció,
que se agotó? De hecho, ¿realmente puede decirse que ese hogar al que se vuelve
es aquel que perteneció a nuestros padres?
Las tres generaciones que se están sucediendo desde
el 68 no hemos conocido al “padre”. Pueden adoptarse dos roles arquetípicos de
la literatura clásica y universal: Telémaco – figura de referencia para el
psicoanalista italiano Massimo Recalcati en su libro El complejo de Telémaco-
o Eneas, el héroe troyano que funda Roma.
A Odiseo le afecta la nostalgia, el regreso al
hogar. Pero nosotros no hemos ido a guerrear contra Troya. Telémaco es un
melancólico, que, a diferencia de Hamlet, no desea vengar la afrenta a su
padre. Su hogar, más que devastado por los pretendientes, está siendo saqueado.
Su búsqueda, su exilio, en busca del padre, no es una navegación desanclada de
los orígenes, sino en busca de un anclaje, también a la deriva.
Eneas se pone en marcha, con su padre e hijo a
cuestas, después de haber contemplado enloquecido la destrucción de
Troya. Recomiendo vivamente la lectura de las tragedias de tema troyano de
Séneca para refrescar la crítica a los griegos y muy especialmente a la figura
de Odiseo-Ulises. Desanclado de los orígenes, Eneas sale, con el resto de su
pueblo, en busca de la nueva y definitiva Troya. Troya va con él en el cuidado
de su memoria, en los versos de Virgilio. No quisiera incurrir en ningún
milenarismo, sino quizás invitar a ¿perpetrar? una esperanza escatológica, que
no sea simplemente un sinónimo eufemístico de una apocalíptica visión de
nuestra época.
Creo que Certeau nos enseña también a
distinguir entre deseo como carencia y deseo como práctica por ensayar. Después
de intelectuales como Certeau -como después de una orgía- nada es lo mismo.
Nadie se baña dos veces en el mismo río, porque ni el río, ni el baño ni el
bañista son idénticos. ¿Hasta dónde podemos estirar su mismidad? No todo
progreso es un avance – ni tampoco un retroceso-. La dialéctica de la
repetición y la diferencia incluye una relación espiral por adensamiento de sus
estratos.
La construcción de un pasado idílico requiere
la sátira de un presente consecuente. La parodia de un pasado que amenaza con
regresar obliga a idealizar un presente autónomo. Tal vez no exista más que
gramaticalmente un tiempo que pueda llamarse, con propiedad y realismo, futuro
perfecto.
Certeau
diagnosticó con una lucidez y una precisión al mismo tiempo alucinadas. Su obra
exploró con agudeza la historia de la modernidad en la Iglesia católica entre
Trento y el Vaticano II. Que algo o mucho se perdiese irreparablemente en su
interpretación, convierte en más apasionante no el durante de aquellas
acciones sino las posibilidades contenidas o evitables en ellas para su después.
***
Comentaba con pasión Luri en la cena que tener
penumbras, oscuridades e incluso sentinas en el alma es un privilegio de
quienes estamos hechos a imagen y semejanza de Aquel a quien nadie ha visto y
cuya figura sólo se puede intuir en el rostro de los hombres. A mí que me
mueve, con una furia que a veces amenaza abrasarme, una intensísima sed de luz –
jamás de transparencia- me fui a descansar con el mismo deseo de soledad y de
silencio de siempre. Guardo para mí unas apostillas que Gregorio nos hizo
llegar como uno de esos dones que se reciben como un viático íntimo de la
inteligencia.
***
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