Memoria de S. Hilarión, abad
Hace poco me decía Álvaro Petit que Anti(pos)modernos españoles le parecía una propuesta estética que mostraba una militancia
política pero no partidista. En efecto, no quiere reducirse a un
tratadito de estética conservadora. Aunque sea una apuesta conservadora,
rehúye todo tipo de clasificaciones y etiquetas. En el prólogo se dice que quiere
ser a la vez un “opúsculo” y un “libelo”. Tal vez se haya convertido también ex
post facto en un “prontuario”: una obrilla polémica que anota brevemente
diversas cuestiones que deberían ser tratadas con más detenimiento en una obra
posterior.
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Anti(pos)modernos españoles no pretende ofrecer un canon de la literatura
conservadora española del siglo XX. Sería incompleto. Sin embargo, apunta una
muestra alternativa que no complementa la oficial, sino que, no obviando sus tensiones ideológicas, intenta liberarlo de una polarización que lo condene a
un ostracismo sectario. Ni todos los autores comparten las mismas ideas políticas,
ni todos ellos se ajustan un credo religioso único. Omite cualquier taxonomía
por promociones o grupos, a fin de resaltar un espacio geográfico y político común
que atraviesa la península de cabo a rabo. Ese diálogo mantiene vivo el fuego
que alimenta la actitud anti(pos)moderna acogiéndose a unas libertades que no
tienen temor en inspirarse en la tradición sin quedar apresada en ella. Experimentan
con ella, crean con ella y gracias a ella. En ese sentido atribuyo a todos esos
autores la categoría de cronoclastas: rompen con la idea de
progreso entendida en un sentido teleológico, como ley historicista a la que la
estética también debería estar sometida.
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Anti(pos)modernos españoles procura sorprender al lector eligiendo el
género en principio con el que menos se identificaría su crítica de la
posmodernidad. Trata así también de profundizar en los motivos que forman otra
categoría básica de análisis del libro: su condición secreta. Al invocar,
por ejemplo, a Jiménez Lozano la poesía, no el ensayismo o el diarismo, orienta
la búsqueda. Al recordar a Luis Rosales, no la poesía, sino su ensayismo. De Pemán,
en vez del articulismo, su teatro.
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Advierto a posteriori que el libro se acaba
con mi generación. ¿Se debe acaso esta ausencia al ombliguismo generacional
al que nadie parece inmune? Pudiera ser, aunque también podría deberse a otra
causa. La generación que ha precedido a la mía ha sido y sigue siendo todavía tan
omnipresente – tan asfixiante e implacable – que, por un lado, me parecería
casi hasta inmoral atreverme a enseñar a quienes alcanzan ahora su madurez cómo
deben leerse. Al mismo tiempo, siento que, tan engolfada en sí misma, la mía no
puede permitirse abdicar de una responsabilidad: la de transmitir una manera suya de
leer el pasado en el que ya está entrando. ¿Quién sabe si tendré el valor y la
fuerza para compensar esta ausencia siguiendo con un proyecto en germen,
juanrramoniano, que me gustaría titular Españoles de tres submundos?
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En este blog he dejado constancia de haberme
dedicado a meditar el Eclesiastés durante un par de años, recién cumplida
la cincuentena. Con insistencia me detengo en dos de sus pasajes: “Lo torcido
no se puede enderezar, / lo que falta no se puede calcular” y “Anda, come tu
pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras.
Lleva siempre vestidos blancos y disfruta de la vida con la mujer que amas,
mientras dure esta vana existencia que te ha sido concedida bajo el sol. Esa es
tu parte en la vida y en los afanes con que te afanas bajo el sol”. Ojalá
supiera de veras aplicarme un programa tan conservador y sensato. Más que
pesimista, contra toda evidencia, debería aprender a sostener una serenidad con
las gotas de un escepticismo (sobre)naturalísimo.
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