Fiesta de los Santos Inocentes
San Jerónimo y un joven monje, Fra Filippo Lippi (1435-1436) |
En cierta ocasión peregrina crucé brevemente
algunos mensajes con Alonso Pinto (1986). Atento entonces a la singular
humildad con que comentaba entusiasmado el borrador del volumen que guardaba en
el hondón de su camisa, me ha alegrado recibir un reciente ejemplar de su obra
que, revisada a fondo, se ha publicado con el título de Colectánea (Una cruzada contra el espíritu del siglo).
A pesar de su juventud, Alonso Pinto posee los
rasgos de un Padre del Desierto. Novicio, ha adquirido por sí solo la prudencia
del abba que su escritura (y sus lecturas) no deberían dejar de seguir persiguiendo
sin descanso. Con la inquietud del profeta y la certidumbre del místico,
atraviesa con paz la noche ululante de nuestros días.
En soledad, su ingenio talla con detalle, con
airada mansedumbre, entre tentaciones apodícticas, la denuncia contra las
trampas que la modernidad sigue tendiendo en un juego que siempre ha mantenido amañado.
Proclama en fragmentos, que son tanto imprecaciones como acción de gracias, su
inexpugnable fe en una esperanza que, de tan tenue en apariencia, deslumbra
inextinguible.
Enrique García-Máiquez ha definido con razón a
Pinto como “un reaccionario misericordioso”. Del partido güelfo, su
reaccionarismo es la última túnica que cubre la búsqueda desnuda de una
contemplación definitiva.
Para Pinto la política no es sino el atajo que
la teología debe recorrer en un mundo donde la Caída, irrefutable, es el dato empírico
de nuestra naturaleza. En ella sigue en juego el misterio -la economía entera-
de la Salvación. Su Cruzada contra el siglo es una imprecación escatológica. Debe
afrontar las objeciones de la teodicea con la noticia eterna de una nueva
Creación. Nada hay que conservar porque todo está por llegar. Cuanto antes nos
deshagamos de los obstáculos que la Revolución, como un katéjon
monstruoso e irónico, intenta consumar por la vía factual, antes se cumplirá proféticamente
el milagro de la Redención. “Ven, Señor Jesús”. Cada una de estas tres palabras
debería pronunciarse, como se esfuerza nuestro autor, con la seriedad de un juramento
novísimo.
Podría dar la impresión de que esta Colectánea
se acoge al género de los aforismos. Tal afirmación caería bajo una apariencia
de este mundo. En efecto, en él se combinan fórmulas breves y esbozos de
ensayos bajo las distintas dimensiones de la forma aforística. Su distribución
continua, sin capítulos ni separaciones, podría hacer pensar también en una
suma de fragmentos cuyo argumento sólo se manifestaría entre las renuncias a las
que somete a sus lectores una firme ascesis literaria. La fatiga de la Caída no
permite otro descanso.
Esta escritura se entrega a una función
apologética y confesional, incluso en la fidelidad a los modos más clásicos de
su argumentación. Entre líneas se advierte que de nada sirve la borrosa luz de
la razón sin la ceguera nítida de la fe. No al revés. No es posible razonar sin
creer. Cualquier intento de invertir este orden o de suprimir esta jerarquía es
una figuración de la rebelión primera. Por ello resulta tan satánica nuestra
época como no menos digna de esperanza. Oportet enim orare semper.
Pinto ha leído a san Agustín y a Tertuliano; a
Joseph de Maistre y a Ernst Hello; a Donoso Cortés y a Léon Bloy. En el umbral
del Apocalipsis, Pinto es un templario errante.
Al cerrar las páginas de Colectánea uno comprende que, en verdad, “hay libros que son el prólogo de su segunda lectura”.
Los reaccionarios no pretendemos tanto restablecer lo abolido como abolir lo establecido en su contra.
En la modernidad cada hombre forma parte de la barricada contra su interior.
Tanto más sublime es una música cuanto más tiempo parece formar parte de ella el silencio que le pone fin.
La fe sólo confía sus pruebas a quien la ha aceptado sin ellas.
El axioma preferido del moderno es que todo cuanto ha sido prohibido por la tradición debe esconder un secreto placer. Hay quienes descubren tarde que se trataba de una sabia prevención contra el sufrimiento.
Si no te conmueve el llanto de tu ladrón has perdido para siempre lo que no te robó.
Un cristiano debe entregar su vida como un niño entrega su diente de leche: con la misma alegría, por el mismo motivo.
Sólo a la humildad está reservada la rara capacidad de aprender de los aciertos.
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