martes, 8 de julio de 2025

La abuela de Pasolini

 

Memoria de los santos esposos Priscila y Áquila



Hojeando el otro día en una librería La insomne felicidad, una antología en español de la poesía de Pier Paolo Pasolini, no fui capaz de encontrar ningún poema de un ciclo suyo tan menor como estremecedor. Por su aparente sencillez formal, por su temática elegíaca, por su sobriedad juvenil, al margen de toda circunstancia histórica que no sea la meditación sobre el acontecimiento personal y familiar de la muerte, I pianti (1944) constituye uno de los mayores testimonios fúnebres que he leído. No dedicados al padre, ni a la madre, ni a los hermanos, ni a los hijos, sino a la abuela, sus lamentos cantan la agonía y la descomposición material y emocional de una familia en la mirada absorta y alucinada de un nieto que toma tanta distancia moral como proximidad afectiva.   

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Mientras murmuraba sus versos en la edición de Bestemmia, he sentido la necesidad de leescribirlos. Más que una traducción, procuraba encontrar el ritmo escondido de una mirada tan afectuosa como perpleja. Se suceden en sus brevísimos veintisiete poemas la voz del poeta, la de la abuela, la de las hijas que atienden los últimos momentos de la madre, difuminados sus sentimientos en las líneas más puras. Imprecaciones a Dios y a Cristo se resuelven como arrullos tiernos. La furia desfondada de la moribunda insulta, afónica, la inminencia del último paso. Los lamentos de los deudos son el grito que quisiera acallar la conciencia de la ruina con que la presencia de la muerte horada nuestras vidas. Los apelativos cariñosos, la repetición de palabras o el minimalismo versal subrayan la extinción que sobrevive a la muerte misma. Queda el canto vibrando un último instante, en medio del paisaje que se extiende a partir del enterramiento, como un recuerdo que debe también él difuminarse para no atormentar su palabra.

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Como si fueran tanto elegías como madrigales, la estructura de I pianti presenta un carácter circular: la contemplación de la agonía y entierro de la “nonnuccia” da pie a rememorarlos en el duermevela de la imaginación poética. El duelo debe deshacerse de la presencia que ha sido convocada. Cuanto más ausente, más aterradora se vuelve. La intensidad lírica de estos poemas alcanza su cima en el instante de la casi iluminación que habrá de constatar su ceguera eterna. Los lamentos de los vivos contienen la sincera hipocresía que anida también en el misterio de nuestra existencia: lloramos en los muertos la vida que nos arranca con ellos su muerte.

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XI

Tú te preparas

a zarpar al infinito cielo

y alrededor ya derramas

su mortal silencio.

 

XV

Beso apenas

tu rostro vivo

y tú

no sientes,

sino que te anegas en el silencio.

Señor,

no tengas piedad de nosotros.

Que esta moribunda

que gime

te cuente nuestra miseria.

 

XVII

Oh, dulce sueño,

engáñala aún tú

un poco.

Consume estas últimas horas

e, inadvertido,

hazla cruzar el umbral.

 

XVIII

He aquí, se acabó.

Las hijas sostienen tu pecho,

y tú exhalas sobre sus cabellos

la última vida.

Oh abuelita, ¿qué haces?

¿Quieres que te limpie

la frente sudada sobre la almohada

con un paño?

Las hijas gritan hasta enronquecer.

“Mueres como una palomita,

sin pedir nada”.

Pero tú

has cruzado el confín.

 

XXI

Me marcho

en silencio

de la casa donde oigo resonar

mi triste

pasado.

En silencio, en silencio

llevadme al cementerio.

Oh, Dios, ¿quién me festeja?

¿Quién canta por mí?

¿Por quién resplandecen los cirios?

Ah, venga, dejadme

sola.

También, ¡felices!, sabréis

envejecer y morir

por nada.

 

XXIV

Tras tres meses,

un poco

también he llorado.

Este es el abril en que, muerta,

te estaba esperando.

¡Ah, si…! Es verde, sereno.

Como ahora toco sus hierbas

(que entonces creía

tan lejanas)

así

este cuerpo mío inmortal

tocará

la increíble muerte.

***

 

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