Solemnidad de San José, Patriarca
Plano de la abadía de Fontenay, Lucien Bégule (1912) |
He llegado a la redacción de las últimas
páginas de mi Poética del monasterio. El ritmo se desacelera. Un
sentimiento de impotencia me abate, como si se hubiesen agotado las fuerzas
antes de alcanzar el fin. Deambulo entre sus páginas fatigado, apenas sin
detenerme. Distraído a propósito, evito fijarme en los defectos de sus
detalles. ¿Y si toda su construcción hubiera fallado?
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No temo haber exagerado la cita de autores
desconocidos de nuestra tradición; ni haber utilizado un estilo entre
ensayístico y académico; ni tan siquiera haberme empeñado en la defensa moral y
anagógica de la familia, sin disculparme con adjetivos y sin haber logrado su
objetivo último. He sopesado cada uno de esos motivos, desafiantes y suicidas, y
he incurrido en ellos con plena conciencia.
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Recuerdo de joven que un antiguo compañero de
colegio se me acercó con una chispa maliciosa en los ojos para espetarme: “He
leído algo tuyo y me disculparás. La verdad es que no me ha gustado nada. Me parece
muy malo”. Sin pestañear, le repliqué: “Nunca he confiado en tu gusto”. Esbozó el
rictus de humillación que había saboreado por anticipado ver que se dibujaría
en mi cara. Pasan los años y no consigo dominar mi temperamento.
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Un libro no es un museo, sino un espacio que
debe ser habitado. Debe esperar que sus lectores culminen la tarea de proyectar
la textura que hubiera querido para sí. Un libro a punto de estrenar es apenas una
brizna de papel. Un libro leído y anotado, abandonado o de consulta, respetado
o bajo maltrato, graba la huella del tiempo que había previsto.
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« Je puis
bien aimer l’obscurité totale, mais si Dieu m’engage dans un état à demi-obscur,
ce peu d’obscurité qui y est me déplaît, et parce que je n’y vois pas le mérite
d’une entière obscurité il ne me plaît pas. C’est un défaut et une marque que
je me fais une idole de l’obscurité séparée de Dieu. Or il ne faut adorer qu’en son ordre. »
(Pascal, Pensées).
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La belleza de un templo no se limita a la
perfección de sus arcos o a la elegancia del ábside o a la solución de su
cúpula. Con su visita los espectadores no justifican una obra; con sus
oraciones, los fieles cumplen la misión que tiene encomendada. Recorro vacías las dependencias de mi monasterio
y no dejo de preguntarme si alguna comunidad de solitarios acabará encontrando
en ellas, aunque sea de paso, la función de hospitalidad y paz que habría
deseado construir.
***
“And for what, except for you, do I feel love?
Do I press the extremest book of the wisest man
Close to me, hidden in me day and night?
In the uncertain light of single, certain truth,
Equal in living changingness to the light
In which I meet you, in which we sit at rest,
For a moment in the central of our being,
The vivid transparence that you bring is peace.”
(Wallace Stevens, Notes Towards a Supreme Fiction)
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Cumplido y exhausto, permaneceré en él.
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