Fiesta de Santiago Apóstol
Libro de Horas para uso de Rouen, Jacques Couen (h. 1400) |
Llevo casi un par de meses de silencio, sin manchar con notas la parpadeante blancura de este blog. Tal vez su función consista en explorar la sensación de soledad que unas letras precisas experimentarían al grabarse en una página cualquiera. ¿Acaso no dejan de urgirme a empezar a bosquejar las primeras líneas de una anhelada Poética del monasterio?
Me resisto asegurándome que no he encontrado todavía el tono -y tampoco su estilo-. Cuanto más lo repito, menos dejan de recortarse las afiladas siluetas de esas figuras arquetípicas que no ceso de invocar: el padre, el maestro, el monje.
En mis colaboraciones de este curso en El Debate de hoy las he perseguido indirectamente. Como las islas de un archipiélago, he esperado que, por sí solas, cartografiasen una línea imaginaria. De seguirla, creí que me habrían conducido al continente desértico en que pudiera alzar el plano de ese monasterio in albis. He fracasado. Siguen reclamándome la humildad de abrazarlas en sí mismas.
Releo una entrada con que emborroné una libretita Blanche que me regaló un discípulo. Me abruman mis expectativas para un libro de momento sin por venir. Bajo apariencia literaria, la investigación en que Cavalcanti me embarcó encerraba un perentorio interrogante teológico: Sin huir del mundo, ¿cómo podremos librarnos de la insondable opresión del mal?
Vuelvo a murmurar entre dientes: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?” (Sal. 15, 1)
Tres son los dogmas a cuya profesión mis libros querrían asentir. Trilogía güelfa afirmaba a su modo que, a pesar de nuestros infiernos, la Creación aspira al contento que lleva a exclamar: Valde bonum est! En otro registro, El peregrino absoluto ha constatado la feroz historicidad del mito de la Caída. Eritis sicut dii. Esa Poética del monasterio querría meditar el misterio de la Redención tras haberse certificado la muerte de Dios. Consummatum est.
¿Seguiré en blanco?
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