domingo, 1 de noviembre de 2020

Recusante


Fiesta de Todos los Santos




Quizás la frase más rotunda y equívoca que haya escrito abrió el primer volumen de mi Trilogía güelfa. Bajo la voz imperativa de Cavalcanti la esculpí así: “Este libro es reaccionario, a su pesar”. Su reticencia oblicua no podía sino reforzar la impresión inicial. Cualquier aclaración posterior apenas podría difuminarla. ¿Soy acaso reaccionario? ¿Hasta qué punto una obra puede escapar a la etiqueta, tanto más compleja cuanto más simplista, con que su propio autor la marca?

Reacción y reaccionario pertenecen a ese campo semántico cuyo recorrido una historia conceptual ha seguido con exaltada delectación. Desde los niveles más elementales de su plano lexicográfico, entre sus definiciones pueden advertirse unas inflexiones llenas de sugerentes matices.

Según una antigua versión en papel de Le Petit Robert el conservador no sería realmente el adversario del progresista, aunque en línea ya se identifique la reacción con la derecha política, así en bruto. Hasta ahora ambos habrían reconocido su procedencia, más o menos a disgusto, de la misma matriz liberal. Por el contrario, el reaccionario sería « qui va contre le progrès social et l’évolution des mœurs ». Como su principal sinónimo, se apresuraría a escoger el término retrógrado. En esta consideración un retrógrado se opone al progreso intentando restablecer un estado precedente. 

El conservador suele contentarse con que las costumbres no cambien tanto que se haga irreconocible el legado de donde las había recibido en herencia. El conservador tiene así algo de un progresista a cámara lenta, como un samurái de Akiro Kurosawa.

Para el diccionario francés también son retrógradas las rimas, las frases o los versos que se pueden leer en orden inverso. ¿Acaso, antimoderno, no cabe temer que un reaccionario no pueda acabar resultando sino un palíndromo político del progresista? Seguramente Francisco Canals lo admitiría en el caso de Félicité de Lamennais.

Más sutil, quizás, y caballeroso, por naturaleza conservador hasta hace poco, nuestro DRAE en su tercera acepción de la edición de 1992 caracterizaba la reacción como “tendencia tradicionalista en lo político opuesta a las innovaciones”. Hoy ya se limita a englobar bajo esta palabra toda "actitud opuesta a las innovaciones". Dentro del gran cauce del Tradicionalismo, el reaccionario habría integrado la especie de quienes lucharían contra las novedades, consideradas así en general, mediante una “propensión” a restablecer el orden abolido. Por descontado, actualmente ni se considera la posibilidad de que a alguien en su sano juicio se le pase por la imaginación restituir nada a unos orígenes que han sido ya proscritos hasta de los diccionarios.

Sin la antigua tendencia retórica de la lengua francesa, el reaccionario español parecía estar inundado de una oceánica melancolía. La combate a veces furioso, a veces escéptico, como un náufrago que mira el horizonte desde una playa desierta. Aunque deba asumirlo en su fuero interno, no está dispuesto a admitir, solitario entre indígenas revolucionarios, que jamás regresará el hermoso galeón que se fue a pique dejándolo a la deriva. Noble como Donoso Cortés, cartografía con exactitud la sinrazón de las nuevas costumbres. Contra ellas no le duelen prendas en utilizar las estrategias que concede, cada vez más restringidas y casi ahogadas, el régimen advenedizo.

Pudiera ser que me sintiese más cómodo en el contenido que el historiador John Lukacs otorga a palabra tan decisiva. En una de sus obras más importantes caracterizó a Churchill como el verdadero «reaccionario», frente al «revolucionario» Hitler (y Stalin). Él fue “la encarnación de la resistencia de un viejo mundo, de las viejas libertades, de los viejos criterios frente a un hombre que encarnó una fuerza espantosamente eficiente, brutal y nueva”. En vez de oponerse, el «reaccionario» inglés habría actuado -y salvado nuestra civilización- resistiendo

Mientras el nuevo mundo se dedica a instaurar su eficiente brutalidad, al antiguo mundo, ya desvanecido, le deberían quedar aún el residuo de sus últimas y exangües fuerzas para testimoniar, con sus defectos, la verdad que jamás ha dejado de estar a punto de ser negada.

El Oxford Dictionary define al «recusante» como "a person who refuses to do what a rule or person in authority says that they should do". Todavía el Cambridge Dictionary recuerda que era “someone in the past who refused to go to Church of England's services (=religious ceremonies)", especialmente los católicos. 

Fieles al viejo mundo, a las viejas libertades y a los viejos criterios, aquellos recusantes se comportaban como ácratas que, reconociendo los poderes y las dominaciones de este mundo con sensatez, no renunciaron a la única autoridad, que, como todo don, siempre acaba viniendo de lo alto.

No, tal vez no sea reaccionario. Me bastaría ser digno de la herencia recusante.   


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