jueves, 15 de octubre de 2020

Palimpsestos


Memoria de Sta. Teresa de Jesús, v. y dra.

 

Codex Nitriensis

Entre esos libros académicos que dejan una huella que afecta a una forma de comprender la disciplina literaria no he dejado de rumiar el sistema que Gérard Genette pretendió desplegar en Palimpsestos (1982). A posteriori podría resultar satisfactorio señalar las limitaciones, las carencias o los malentendidos que se colaron entre sus categorías y sus conceptos. Era la obligación de cualquier paper con pretensiones científicas. A priori, sin embargo, dio consistencia y orden a las intuiciones de un creador de segundo grado como El peregrino absoluto.

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En la Exégesis de otros lugares comunes mi peregrino absoluto ha ejercido hasta el exceso todos los tipos de relaciones transtextuales. Ha citado, ha plagiado (en cursiva), ha aludido otros textos. Ha introducido una dedicatoria, un prólogo y un epílogo. Ha convertido la exégesis en una crítica de las frases hechas que inundan el discurso cotidiano, convertido ya en la grotesca réplica de la jerga informativa. Ha construido su discurso sobre la percepción de géneros breves, tanto en el nivel formal (el aforismo, el poema en prosa, la glosa…) como histórico (barroco, simbolismo, deconstrucción). Y, sobre todo, no ha ocultado su operación de transformar como hipotexto la Exégesis de los lugares comunes del maestro Léon Bloy. A su manera, es un libro anti(pos)moderno.

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En la primera parte de su libro, Genette incluyó esquemas que resumían las posibilidades teóricas de su investigación. Reabro el cuaderno de cuadrícula en el que fui anotando con cuidado hace casi treinta años mi lectura de Palimpsestos. Encuentro girado a la izquierda, en un lateral de una hoja vuelta, el “Cuadro general de las prácticas hipertextuales”. Según el criterio del régimen -serio- y de la relación -de imitación-, debería incluir el itinerario de mi peregrino en la imitación seria o forgerie.

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Mientras ojeo las líneas, voy topándome con las dificultades que el estilo de Bloy plantea a cualquiera de sus imitadores. Es un campo minado. Lo más fácil sería parodiarlo: parodiar la parodia anularía, con una seriedad ridícula, el esfuerzo paródico. Como un mimotexto, mi peregrino ha sido consciente de que, como “es imposible imitar un texto”, “sólo se puede imitar un estilo, es decir, un género”. Toda imitación, por la matriz que la impulsa, es siempre indirecta, está separada de su origen. En tanto que pastiche es un homenaje. En tanto que hace de la seriedad de este homenaje el esfuerzo de replicar el sentido polémico y satírico de su hipotexto, pone a prueba la norma no sólo estilística sino también genérica que moviliza su deseo. A su modo, asume la Ley del Padre.

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Decía Genette: “la esencia misma del pastiche implica una saturación estilística considerada no sólo como aceptable, sino como deseable, puesto que en ella descansa lo esencial de su atractivo, en régimen lúdico, o de su valor crítico, en régimen satírico”. Siendo en la relación filial del peregrino (de lo) absoluto indisociables uno y otro régimen, la capacidad de simbolizar sitúa el sentido de la trama, borrada, en otro lugar. Para Genette era una ley histórica la incompatibilidad de una continuación alógrafa y la conservación de esbozos autógrafos. En esta nueva peregrinación la prolongación sólo puede ser alógrafa. Forma parte del misterio de la transmisión.

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A Genette le interesaba sobre todo la categoría de la narratividad, el tejido imaginario de un mundo ordenado. A Bloy, la escritura, la energía fatigada de una Palabra en caída.

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Leo ahora uno de los lugares comunes de Bloy. Avergonzado, bajo la cabeza.

 


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