sábado, 7 de marzo de 2020

El ayuno


Memoria de Santas Felicidad y Perpetua, vgs. y mrs.


La tentación de Cristo en lo alto del templo,
Duccio di Buoninsegna (1308-1311)


En las Florecillas se cuenta que durante una Cuaresma Francisco de Asís se retiró, en secreto, a una isla solitaria del lago de Perusa. Llevó consigo un par de panecillos. Entre el Miércoles de Ceniza y el Jueves Santo apenas consumió la mitad de uno. “Así, comiendo aquel medio pan, alejó de sí el veneno de la vanagloria, y ayunó, a imitación de Cristo, cuarenta días y cuarenta noches”.

Entre un puñado de cristianos del firmamento occidental caído se conserva la costumbre de la abstinencia cuaresmal. No es infrecuente escuchar todavía en boca de quienes la rompen el reproche de que es más grato a Dios masticar un filete de pollo a zamparse una mariscada. En cuanto se les pide el ejemplo del ayuno, alegan que no es preciso exagerar.

Se ha evaporado el sentido del ayuno y la abstinencia tras la norma eclesiástica. Hasta su transgresión es un cumplimiento invertido que cada vez se deshace más en el olvido.

En la Gran Cuaresma ortodoxa, a excepción de los sábados y domingos, el fiel debe abstenerse de carne, pescado, aceite y vino, como ayuda para intensificar la oración y la limosna que conduce a la celebración de la Resurrección.

El autor de las Florecillas quiso subrayar la humildad del Poverello que combatió la vanagloria. ¿Rigurosidad del ayuno? Tal vez supo vencer la tentación de sobrepasar a Cristo mismo, resistiéndose a probar bocado y reservando para Él la otra mitad. ¿Experimentó en el desierto interior, asediado de las fieras de sus más extremados deseos, que “Non in pane solo vivet homo, sed in omni verbo, quod procedit de ore Dei”? ¿Cómo podría imitar mejor a Cristo sino encarnando las palabras de la Escritura que había cumplido a la perfección al pronunciarlas?

¿No es acaso evidente que Francisco guardó el otro panecillo para anticipar la noche eucarística del Jueves Santo?

El final del capitulillo extrae una lección moral. En aquel lugar desolado, en atención a los méritos de Francisco, Dios comenzó a obrar grandes milagros, de tal manera que “en poco tiempo se formó una aldea buena y grande”. Entretenidos con las imágenes de mariscadas y parrilladas, se habrá extinguido mientras tanto la fe desnuda de esta generación.

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